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de aquel sábado, el espanto se instaló en el 11 "J" como un huésped favorito.
La pobre chica no se animaba a contarle a nadie lo que le estaba
ocurriendo.
—¿Me estaré volviendo loca? —se preguntaba, aterrorizada. Le costaba
convencerse de que todos y cada uno de los sucesos que le tocaba padecer
estaban formando parte de su realidad cotidiana.
Para aliviar un poquito su callado pánico, Lilibeth decidió anotar en un
cuaderno esos hechos que solamente ella conocía, tal como se habían
desarrollado desde un principio.
Y anotó —entonces— entre muchas otras cosas que...
"La lustradora no me obedece; es inútil que intente guiarla sobre los pisos
en la dirección que deseo... (...) El aparato pone en acción "sus propios planes",
moviéndose hacia donde se le antoja... (...) Antes de ayer, la licuadora se puso en
marcha "por su cuenta", mientras que yo colocaba en el vaso unos trozos de
zanahoria. Resultado: dos dedos heridos. (...) La heladera me depara horrendas
sorpresas (...) Encuentro largos pelos canosos enrollados en los alimentos,
aunque lo peor fue abrir el freezer y hallar una dentadura postiza. La arrojé por el
incinerador... (...) La desdentada imagen de la abuela continúa apareciendo y
desapareciendo —de pronto— en la pantalla del televisor durante las funciones
de trasnoche... (...) Mi gato Zambri parece percibir todo (...) se desplaza por el
departamento casi siempre erizado (...) Fija su mirada redondita aquí y allá, como
si lograra ver algo que yo no. (...) El único artefacto que funciona normalmente
es el lavarropas... (...) Voy a deshacerme de todos los demás malditos aparatos, a
venderlos, a regalarlos mañana mismo... (...) Durante esta siesta dominguera,
mientras me dispongo a lavar una montaña de ropa..." (AQUÍ CONCLUYEN
LAS ANOTACIONES DE LILIBETH. ABRUPTAMENTE, Y UN TRAZO DE
BOLÍGRAFO AZUL SALE COMO UNA SERPENTINA DESDE EL FINAL
DE ESA "A" HASTA LLEGAR AL EXTREMO INFERIOR DE LA HOJA.)
Tras un día y medio sin noticias de Lili, los hermanos se preocuparon
mucho y se dirigieron a su departamento.
Era el mediodía del martes siguiente a esa "siesta dominguera".
Apenas arribados, Luis y Leandro se sobresaltaron: algunas vecinas
cuchicheaban en el corredor general, otra golpeaba a la puerta del 11 "J",
mientras que el portero pasaba el trapo de piso una y otra vez.
—No sabemos qué está pasando adentro. La señorita no atiende el
teléfono, no responde al timbre ni a los gritos de llamado... Desde ayer que...
Agua jabonosa seguía fluyendo por debajo de la puerta hacia el corredor
general, como un río casero.
Dieron parte a la policía. Forzaron la puerta, que estaba bien cerrada desde
adentro y con su correspondiente traba. Luis y Leandro llamaron a Lili con
desesperación. La buscaron con desesperación. Y —con desesperación—
comprobaron que la muchacha no estaba allí.
El televisor en funcionamiento —pero extrañamente sin transmisión a
pesar de la hora— enervaba con su zumbido.
En la cocina, "la montaña" de ropa sucia junto al lavarropas, en marcha y
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