Page 35 - Romeo y Julieta
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Teobaldo: ¡Qué veo! Tú, ¿peleando contra esos villanos? en la roja fuente que brota de vuestras venas, arrojad de las
¡Aquí, Benvolio, ven aquí y date por muerto! ensangrentadas manos las armas fratricidas, y escuchad la
Benvolio: Estoy tratando de calmarles. Envaina, o ayúdame sentencia de vuestro príncipe. Tres veces, por imprudentes
a separar a estos hombres. palabras habéis roto la paz de nuestras calles y hecho que los
Teobaldo: ¡Me hablas de paz con el acero en la mano! más ilustres vecinos de Verana empuñen en sus viejas manos
¡Odio esa palabra tanto como el infierno, tanto como a las enmohecidas alabardas para atajar el odio que os enfrenta.
los Montesco, tanto como a ti! ¡En guardia, cobarde! (Se Si volvéis a turbar el sosiego de nuestra ciudad, pagaréis con
baten). vuestras vidas. Basta ya; retiráos todos. Vos, Capuleto, vendréis
(Entran hombres de una y otra casa. ¼n uniéndose a la reyerta conmigo. Y vos, Montesco, iréis esta tarde a buscarme a la
Audiencia, donde sabréis qué hemos resuelto sobre el caso.
varios ciudadanos). ¡Idos todos, bajo pena de muerte!
Ciudadanos: ¡Aquí, con palos, picas y alabardas! ¡Dadles (Vánse todos salvo Montesco, la Sra. de Montesco y Benvolio).
duro! ¡Mueran los Capuleto! ¡Mueran los Montesco!
(Entran Capuleto y la Sra. de Capuleto). Montesco: ¿Quién ha vuelto a empezar con la vieja discor
dia? Habla, sobrino mío: ¿estabas aquí cuando esto empezó?
Capuleto: ¿Qué voces son éstas? ¡Dadme mi espada! Benvolio: Los criados de vuestro enemigo estaban ya peleando
Sra. de Capuleto: ¿Tu espada? ¡Mejor te vendría una muleta! con los nuestros cuando yo llegué. Desenvainé mi acero para
Capuleto: ¡Mi espada, mi espada, que el viejo Montesco separarlos, pero de improviso apareció Teobaldo con su espada
viene blandiendo la suya contra mí! desnuda. Blandiéndola desafiante, hacía silbar burlonamente
(Entran Montesco y su mujer). el aire. Al ruido de los golpes y estocadas acudió la gente de
Montesco: ¡Capuleto infame! ¡Apartaos! ¡Dejadme pasar! uno y otro bando. Entonces apareció el Príncipe y la separó.
Sra. de Montesco: No darás ni un paso más. Sra. de Montesco: ¿Habéis visto a Romeo? ¿Dónde estará?
(Entra el Príncipe y su séquito). ¡Cuánto me alegro de que no estuviera aquí!
Príncipe: ¡Rebeldes, enemigos de la paz que profanáis vues Benvolio: Señora, una hora antes de que el sol apareciera por
la dorada puerta del oriente, y mientras yo paseaba a solas con
tras armas con la sangre de mis súbditos! ¿No queréis oírme?
Fieras humanas que apagáis el ardor de vuestra ira insensata mis pensamientos bajo los sicomoros que hay al poniente de la
ciudad, divisé a vuestro hijo. Apenas le vi, me dirigí hacia él,
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