Page 35 - Romeo y Julieta
P. 35

WJLLIAM SHAKESPL\RF               ROMEO Y JULIETA


 Teobaldo:  ¡Qué veo! Tú, ¿peleando contra  esos villanos?   en la roja fuente que brota de vuestras venas, arrojad de las
 ¡Aquí, Benvolio, ven aquí y date por muerto!   ensangrentadas manos las armas fratricidas,  y escuchad la
 Benvolio: Estoy tratando de calmarles. Envaina, o ayúdame   sentencia de vuestro príncipe. Tres veces, por imprudentes
 a separar a estos hombres.   palabras habéis roto la paz de nuestras calles y hecho que los
 Teobaldo:  ¡Me hablas  de paz con el acero en la mano!   más ilustres vecinos de Verana empuñen en sus viejas manos
 ¡Odio esa palabra tanto como el infierno,  tanto como a   las enmohecidas alabardas para atajar el odio que os enfrenta.
 los Montesco, tanto como a ti! ¡En guardia, cobarde! (Se   Si volvéis a turbar el sosiego de nuestra ciudad, pagaréis con
 baten).   vuestras vidas. Basta ya; retiráos todos. Vos, Capuleto, vendréis
 (Entran hombres de una y otra casa. ¼n uniéndose a la reyerta   conmigo. Y vos, Montesco,  iréis esta tarde a buscarme a la
       Audiencia,  donde sabréis qué hemos resuelto sobre el caso.
 varios ciudadanos).   ¡Idos todos, bajo pena de muerte!
 Ciudadanos: ¡Aquí, con palos, picas y alabardas! ¡Dadles   (Vánse todos salvo Montesco, la Sra. de Montesco y Benvolio).
 duro! ¡Mueran los Capuleto! ¡Mueran los Montesco!
 (Entran Capuleto y la Sra. de Capuleto).   Montesco: ¿Quién ha vuelto a empezar con la vieja discor­
       dia? Habla, sobrino mío: ¿estabas aquí cuando esto empezó?
 Capuleto: ¿Qué voces son éstas? ¡Dadme mi espada!   Benvolio: Los criados de vuestro enemigo estaban ya peleando
 Sra. de Capuleto: ¿Tu espada? ¡Mejor te vendría una muleta!   con los nuestros cuando yo llegué. Desenvainé mi acero para
 Capuleto: ¡Mi espada,  mi espada, que el viejo Montesco   separarlos, pero de improviso apareció Teobaldo con su espada
 viene blandiendo la suya contra mí!   desnuda. Blandiéndola desafiante, hacía silbar burlonamente
 (Entran Montesco y su mujer).   el aire. Al ruido de los golpes y estocadas acudió la gente de
 Montesco: ¡Capuleto infame! ¡Apartaos! ¡Dejadme pasar!   uno y otro bando. Entonces apareció el Príncipe y la separó.

 Sra. de Montesco: No darás ni un paso más.   Sra. de Montesco: ¿Habéis visto a Romeo? ¿Dónde estará?
 (Entra el Príncipe y su séquito).   ¡Cuánto me alegro de que no estuviera aquí!
 Príncipe: ¡Rebeldes, enemigos de la paz que profanáis vues­  Benvolio:  Señora, una hora antes de que el sol apareciera por
       la dorada puerta del oriente, y mientras yo paseaba a solas con
 tras armas con la sangre de mis súbditos! ¿No queréis oírme?
 Fieras humanas que apagáis el ardor de vuestra ira insensata   mis pensamientos bajo los sicomoros que hay al poniente de la
       ciudad, divisé a vuestro hijo. Apenas le vi, me dirigí hacia él,



 34                                             35
   30   31   32   33   34   35   36   37   38   39   40