Page 50 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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                              Afortunada, de verdad afortunada



























                       Afortunada creció deprisa, rodeada del cariño de los gatos. Al mes
                  de vivir en el bazar de Harry era una joven y esbelta gaviota  de
                  sedosas plumas color plata.
                       Cuando algunos turistas visitaban el bazar, Afortunada, siguiendo
                  las instrucciones de Colonello, se quedaba muy quieta entre las aves
                  embalsamadas   simulando   ser   una   de   ellas.   Pero   por   las   tardes,
                  cuando   el   bazar   cerraba   y   el   viejo   lobo   de   mar   se   retiraba,
                  deambulaba con su andar bamboleante de ave marina por todos los
                  cuartos,   maravillándose   ante   los   miles   de   objetos   que   allí   había,
                  mientras Sabelotodo revisaba y revisaba libros buscando el método
                  para que Zorbas le enseñara a volar.
                       —Volar consiste en empujar el aire hacia atrás y hacia abajo. ¡Ajá!
                  Ya   tenemos   algo   importante   —musitaba   Sabelotodo   con   la   nariz
                  metida en sus libros.
                       —¿Y por qué debo volar? —graznaba Afortunada con las alas muy
                  pegadas al cuerpo.
                       —Porque   eres   una   gaviota   y   las   gaviotas   vuelan   —respondía
                  Sabelotodo—. Me parece terrible, ¡terrible!, que no lo sepas.
                       —Pero yo no quiero volar. Tampoco quiero ser gaviota —discutía
                  Afortunada—. Quiero ser gato y los gatos no vuelan.
                       Una   tarde   se   acercó   hasta   la   entrada   del   bazar   y   tuvo   un
                  desagradable encuentro con el chimpancé.
                       —Sin hacer caca por ahí, ¡pajarraco! —chilló Matías.
                       —¿Por qué me dice eso, señor mono? —preguntó con timidez.
                       —Es lo único que hacen los pájaros. Caca. Y tú eres un pájaro —
                  repitió muy seguro el chimpancé.
                       —Se equivoca. Soy un gato y muy limpio —contestó Afortunada
                  buscando   la   simpatía   del   simio—.   Ocupo   la   misma   caja   que
                  Sabelotodo.
                       —¡Ja, ja! Lo que ocurre es que esa pandilla de sacos de pulgas te
                  han convencido de que eres uno de ellos. Mírate el cuerpo: tienes dos



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