Page 24 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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                                      Un gato que lo sabe todo



























                       —¡Terrible!   ¡Terrible!   ¡Ha   ocurrido   algo   terrible!   —maulló
                  Sabelotodo al verlos llegar.
                       Se paseaba nervioso frente a un enorme libro abierto en el suelo,
                  y   a   ratos   se   llevaba   las   patas   delanteras   a   la   cabeza.   Se   veía
                  verdaderamente desconsolado.
                       —¿Qué ha pasado? —preguntó Secretario.
                       —Es exactamente lo que iba a preguntar yo. Al parecer eso de
                  quitarme   los   maullidos   de   la   boca   es   una   obsesión   —observó
                  Colonello.
                       —Vamos. No será para tanto —sugirió Zorbas.
                       —¿Que no es para tanto? ¡Es terrible! ¡Terrible! Esos condenados
                  ratones   se   han   comido   una   página   entera   del   atlas.   El   mapa   de
                  Madagascar   ha   desaparecido.   ¡Es   terrible!   —insistió   Sabelotodo
                  tirándose de los bigotes.
                       —Secretario, recuérdeme que debo organizar una batida contra
                  esos devoradores de Masacar... Masgacar..., en fin, ya usted sabe a
                  qué me refiero —maulló Colonello.
                       —Madagascar —precisó Secretario.
                       —Siga, siga quitándome los maullidos de la boca. Porca miseria!
                  —exclamó Colonello.
                       —Te echaremos una mano, Sabelotodo, pero ahora estamos aquí
                  porque tenemos un gran problema y, como tú sabes tanto, tal vez
                  puedas ayudarnos  —maulló  Zorbas,   y enseguida  le   narró   la   triste
                  historia de la gaviota.
                       Sabelotodo escuchó con atención. Asentía con movimientos de
                  cabeza y, cuando los nerviosos movimientos de su rabo expresaban
                  con demasiada elocuencia los sentimientos que en él despertaban los
                  maullidos de Zorbas, trataba de meterlo bajo sus patas traseras.
                       —... y así la dejé, muy mal, hace poco rato... —concluyó Zorbas.







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