Page 22 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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interpretado historias de amor; 123 proyectores de diapositivas que
                  mostraban paisajes en los que  siempre  se podía  ser feliz; 54.000
                  novelas en cuarenta y siete idiomas; 2 reproducciones de la Torre
                  Eiffel, construida la primera con medio millón de alfileres de sastre, y
                  con trescientos mil mondadientes la segunda; 3 cañones de barcos
                  corsarios ingleses; 17 anclas encontradas en el fondo del mar del
                  Norte; 2000 cuadros de puestas de sol; 17 máquinas de escribir que
                  habían pertenecido a famosos escritores; 128 calzoncillos largos de
                  franela para hombres de más de dos metros de estatura; 7 fracs para
                  enanos;   500   pipas   de   espuma   de   mar;   1   astrolabio  obstinado   en
                  señalar la Cruz del Sur; 7 caracolas gigantes de las que provenían
                  lejanas resonancias de míticos naufragios; 12 kilómetros de seda roja;
                  2 escotillas de submarinos; y muchas otras cosas que sería largo
                  nombrar.
                       Para visitar el bazar había que pagar una entrada y, una vez
                  dentro, se precisaba de un gran sentido de la orientación para no
                  perderse en su laberinto de cuartos sin ventanas, largos pasillos y
                  escaleras angostas.
                       Harry tenía dos mascotas: Matías, un chimpancé que ejercía de
                  boletero y vigilante de seguridad, jugaba a las damas con el viejo
                  marino —por cierto muy mal—, bebía cerveza y siempre intentaba dar
                  cambio de menos.  La otra  mascota  era  Sabelotodo,   un  gato gris,
                  pequeño y flaco, que dedicaba la mayor parte del tiempo al estudio
                  de los miles de libros que allí había.
                       Colonello, Secretario y Zorbas entraron en el bazar con los rabos
                  muy levantados. Lamentaron no ver a Harry detrás de la boletería,
                  porque el viejo siempre tenía palabras cariñosas y alguna salchicha
                  para ellos.
                       —¡Un momento,  sacos de pulgas! Olvidan pagar la entrada —
                  chilló Matías.
                       —¿Desde cuándo pagan los gatos? —protestó Secretario.
                       —El aviso de la puerta pone: «Entrada: dos marcos». En ninguna
                  parte está escrito que los  gatos  entren  gratis. Ocho marcos  o se
                  largan —chilló enérgico el chimpancé.
                       —Señor mono, me temo que las matemáticas no son su fuerte —
                  maulló Secretario.
                       —Es exactamente lo que iba yo a decir. Una vez más me quita
                  usted los maullidos de la boca —se quejó Colonello.
                       —¡Bla, bla, bla! O pagan o se largan —amenazó Matías.
                       Zorbas saltó al otro lado de la boletería y miró fijamente a los ojos
                  del   chimpancé.   Sostuvo   la   mirada   hasta   que   Matías   parpadeó   y
                  empezó a lagrimear.
                       —Bueno,   en   realidad   son   seis   marcos.   Un   error   lo   comete
                  cualquiera —chilló tímidamente.
                       Zorbas, sin dejar de mirarlo a los ojos, sacó una garra de su pata
                  delantera derecha.
                       —¿Te gusta, Matías? Pues tengo nueve más.  ¿Te las imaginas
                  clavadas   en   ese   culo   rojo   que   siempre   llevas   al   aire?   —maulló
                  tranquilamente.




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