Page 107 - El club de los que sobran
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paternal. Le susurra algo al oído, mientras le pone una mano en el hombro. Tras unos
          segundos, mi hermano asiente. Luego se funden en un abrazo gigante y Pablo camina
          hacia nosotros.
             El guardia avanza hacia el Chuña, con claras intenciones de no dejarlo salir nunca más
          de esas cuatro paredes. Y entonces, cuando Pablo y el guardia se cruzan, el Chuña da un
          alarido gigante.
             Es la señal. La misma que dio la noche de los skin. Es —y ahora lo entiendo bien— su
          grito de guerra.
             Pablo le da una fuerte patada en la rodilla al guardia, quien se hinca con una mueca de
          dolor. El Chuña lo remata con una patada en la cara. Así no más.
             ¿Han visto una patada en la cara? Yo nunca. Hasta ahora, claro. El sonido es seco. En
          este caso va acompañado de un pequeño crujido, que supongo debe ser el sonido de la
          nariz cuando se quiebra. Qué les puedo decir. Ojalá nunca recibamos una patada en la
          cara.
             El guardia cae como saco de papas al suelo y el Chuña lo noquea con un par de patadas
          en las costillas. La Dominga tiene que detenerlo.
             —Es la adrenalina, mijita —se disculpa.
             Levanto las cejas. Pablo se ha quedado con la boca abierta. Debe ser la adrenalina,
          pienso. La Dominga indica la ventana que da al patio y ordena:
             —Hay que salir, rápido.
             Ninguno le discute. El primero en arrojarse hacia el vacío soy yo. Es una caída de un
          metro  y  medio,  que  sorteo  con  dignidad.  Luego  la  Dominga  y  tras  ella,  Pablo.  Pero
          cuando llega el turno del Chuña, sucede lo imposible: logra sacar su cabezota, pero su
          gran trasero queda atascado.
             —¡Gordo culón, empujá! —pide la Dominga.
             Es para reír y llorar al mismo tiempo. Al menos a mí me da esa sensación. Pablo se
          urge y le pide al Chuña que extienda sus brazos. Haciendo una especie de contrapeso,
          trata de sacarlo, momento en el cual escuchamos una voz que proviene desde dentro.
             —Para o te meto una bala en el poto.
             Es el guardia. Ha despertado. Es el fin. Estuvimos cerca, pienso, casi nos salvamos.
          Pero al mirar al Chuña, veo que no lo duda y le ordena a Pablo con todas sus ganas:
             —¡Empuja fuerteee!
             Y casi en paralelo, se producen dos hechos desafortunados:
          1. El Chuña logra salir de su «atasco» y cae sobre mi hermano.
          2. Antes de sacar su grande y hediondo trasero de la ventana, el guardia dispara.

             De esta manera, el Chuña aterriza con su trasero sangrando. Hay un penetrante olor a
          pólvora en el ambiente, pero no nos importa. Corremos hacia la muralla y la saltamos.
          Cuando  estoy  en  el  borde,  giro  mi  cabeza  y  me  doy  cuenta  de  que  los  bomberos  han
          logrado hacerse de la bodega. En la puerta, Chupete levanta su mano, como dándome a
          entender que el camino está libre. En la calle Colo-Colo, Carabineros y un auto de la
          municipalidad han llegado a poner orden.
             ¿Quién ganará? No me importa. Hemos cumplido con nuestra misión. Sanos y salvos, y
          con una bala en el trasero de nuestro amigo, podemos huir en paz.







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