Page 110 - El club de los que sobran
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—Qué boluda soy —dice.
—No pasa nada. Mira, los abuelos de este par prepararon un banquete. Así que vamos
y no hagamos más show.
Decidimos que es lo mejor y caminamos en silencio. La Dominga abraza con mucho
cariño al Chuña y le dice:
—Hueles increíble.
—Es que ahora me ducho todos los días. Si no, los tatas me echan.
—Claro. Siempre supe que eras un bombón, ¿sabías?
—Por supuesto —responde el Chuña con gracia.
La Dominga sonríe, pero en su mirada veo que algo le preocupa. Hasta que se frena y
mira al Chuña.
—Hay algo que quiero decirte.
Todos la miramos, expectantes. La Dominga se aclara la garganta y anuncia:
—El terreno de tu casa se vendió. Al parecer, tu hermano demostró que vos estabas
muerto. Ya están construyendo un nuevo supermercado…
Hay un silencio que nos congela. Eso, más el hecho de estar en un pueblo donde no
pasa nada, hace que la sensación de soledad sea casi asfixiante.
Por suerte, el Chuña le baja el perfil.
—Era lógico. Además, así es mejor. Si ya estoy muerto, supongo que no me molestarán
más.
Tiene su punto. Me convence. Y al parecer a la Dominga y a Pablo también. Mi
hermano toma el bolso de su novia y se adelantan dándonos la espalda. Emprendemos el
viaje hasta la casa de mis abuelos en silencio. Sanos y salvos.
Febrero ya se acaba y pienso en el liceo. Las clases, el uniforme, las mil excusas para
zafar de las tareas, los horarios, las levantadas temprano. Pero también me acuerdo de mis
amigos, de las pichangas, de las tallas, de mi mamá y de Santiago. Me encanta mi ciudad,
y más que todo, me encanta mi barrio. Tiene casas. Y parques. Ahora tendrá un
supermercado que nace de la maldad, pero creo que puedo convivir con ellos.
Miro a mi lado. El Chuña termina su Chocolito y bota el palo en el basurero.
—Todos vamos a estar bien —dice sin que le pregunte nada.
—¿Estás seguro?
Él me mira. Está vivo. A veces pienso que está vivo gracias a nosotros. Entonces me
sonríe y dice:
—Tranquilo, Gabriel. Además, ¿te he fallado alguna vez?
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