Page 26 - Terror en el sexto B - Mayo - 6to Básico
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Ella pasó derecho. Quizás ni lo oyó. El mundo se le vino encima. Era un gigante solitario,
en medio del barullo de la clase.
Por la tarde, recuperó las fuerzas y la llamó por teléfono.
—Hola —dijo Juanita....
Del otro lado, sólo se oía un silencio enorme.
— ¿Hola! —repitió Juanita, en todos los tonos.
Mauricio la escuchó, con el corazón encogido. Trató de decir algo, pero la voz se le había
borrado. Ella colgó.
Varias veces repitió su conversación muda, hasta que al fin ella lo insultó.
Pero no se dio por vencido. Para disculparse, le mandó una tarjeta pintada por él. Era la
imagen, sin palabras, de un gigante arrodillado frente a una hermosa princesa. Al parecer, no
sirvió de nada. Porque la princesa pasó todos los días rodeada de un séquito de amigas, y
aunque estuvo a punto de tropezarse con él, nunca lo vio. Por esos días, Mauricio empezó a
sospechar que, a pesar de su tamaño, era un hombre invisible.
Fue entonces cuando se le ocurrió la idea más descabellada de todas las ideas: si era
invisible y si no le salía la voz, iba a hacer un pasacalles gigante y Juanita no tendría más
remedio que verlo todos los días, meciéndose junto a su ventana. Gastó seis metros de tela y
un tarro de pintura roja sólo para decirle:
Nada más, así de simple. Lo difícil vino después. Tenía que colgar el pasacalles frente a la
ventana de ella, entre el poste de la luz y el árbol de cerezas. Mauricio empezó a las once de la
noche y lo sorprendió el amanecer, enredado entre un complicado sistema de cuerdas,
sudando a pesar del frío y con el alma colgando de un hilo.
—Cómo hace de falta un amigo en momentos así —pensaba Mauricio, sentado en una
rama del árbol de cerezas—. Entre dos, esto sería más fácil.
Y mientras trataba de animarse, pensando en la sorpresa que se llevaría Juanita al ver su
pasacalles, una luz de interrogatorio le encandelilló los ojos. Mauricio no sabía quién estaba
abajo pero, por el tono de voz, se imaginó que no se trataba de ningún amigo.
—Se ordena al sospechoso bajar del árbol con las manos en alto —le gritaron.
Aunque parecía imposible bajar del árbol, a esa hora y con las manos en alto, Mauricio
cumplió la orden al pie de la letra. Abajo lo esperaban dos policías.
—Queda detenido —dijo el más viejo.
—Tiene que acompañarnos a la comisaría —completó el más joven.
A Mauricio sólo se le ocurrió la típica frase de las películas:
—Soy inocente —dijo para comenzar.
Y en realidad fue sólo w comienzo. Porque después lo confesó todo. Habló sin parar
durante un largo rato. Aprovechó la oportunidad para contar todos los detalles de su amor
atragantado. Los policías lo escucharon de principio a fin. No lo interrumpieron. No le
hicieron ninguna pregunta. No le exigieron pruebas.