Page 86 - Trece Casos Misteriosos
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y gestos pedían entrar. El viejo les mostró su reloj
         y negó con la cabeza. Como ellas insistieron,
         Timoteo señaló el cartel que decía "Cerrado" y
         les dio la espalda.
            Las señoras hicieron un gesto de desaliento y
         se alejaron del lugar situado frente al escaparate
         que fue rápidamente ocupado por un vagabundo,
         quien se recostó junto a la pared.
            TiÍnoteo terminó de hacer el aseo, pasó el plu­
         mero por sobre los mostradores, se quedó contem­
         plando por unos instantes un collar de malaquita
         y plata -un tanto llamativo-, y arrastró sus pies
         hasta el perchero donde colgaba su abrigo.
            Apagó  las  luces, bajó la reja que  protegía
         la  entrada  -pero  no la  visión  de las  joyas
         que brillaban débilmente sobre el pequeño
         escaparate-,  dio tres vueltas a  la llave del
         candado y se la guardó en el bolsillo. Echó una
         mirada distraída al hombre que acurrucado contra
         la pared roncaba con estruendo, y se sobresaltó                                                                       1/
         con la bocina de un bus que casi pasa a llevar a                                                                     //?,
         un camión de mudanzas estacionado frente a la                                                                          /
         joyería. Miró el cielo negro y amenazante, se subió                                                                   //
         el cuello de su abrigo y caminó con pasos lentos                                                                      -
                                                                                                                                _.A
                                                                                                                               :� \
        • hacia la estación del metro más próxima.                                                                             �-
           Con la primera llovizna los transeúntes fueron
         desapareciendo. Solo quedaron el vagabundo y
         los hombres del camión, que reían con estruendo.                                                 i½  �  �
         Cuando la lluvia comenzó a caer más fuerte se                                                /  ;jl•✓:
         apagaron súbitamente los faroles de la calle, fren­                                       J>�;'f   0
         te a la joyería, y el tipo echado en la vereda, ya sin


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