Page 72 - Trece Casos Misteriosos
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                                                                               El caso de la moto embarrada








                                                                             Marcelo, Gonzalo, Ignacio y Felipe rodeaban la
                                                                             moto negra y brillante de Rodrigo. Marcelo clavaba
                                                                             sus ojos extasiados en los rayos de las grandes y
                                                                            potentes ruedas que hacían adivinar la velocidad
                                                                            que podían alcanzar. Gonzalo acarició el manubrio,
                                                                            tocó con la punta de sus dedos el acelerador manual
                                                                            y elevó sus cejas en un gesto de admiración.
                                                                               -¡Fiuu! -silbó Felipe, con las manos en los
                                                                            bolsillos de sus parchados jeans.
                                                                               -¿Puedo probarla? -preguntó Ignacio con
                                                                            ansiedad.
                                                                               -¡Nones! Ese es mi privilegio -fue la res­
                                                                            puesta categórica de Rodrigo.
                                                                               -¡No seas mal amigo! -dijo Gonzalo, entre
                                                                            serio y bromista.
                                                                               -No soy mal amigo: ¡ni yo la puedo usar aún!
                                                                            Prometí a mi papá que no andaría en ella hasta
                                                                            tener licencia de conducir.
                                                                               -O sea que nunca la vamos a usar -dedujo
                                                                            Marcelo con gesto de desaliento.
                                                                               -Me temo que no todavía si no tienen tampo­
                                                                            co la licencia -se encogió de hombros Rodrigo.




                                                                                                                           71
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