Page 60 - Trece Casos Misteriosos
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-Aparte de la Gladys y yo, ¡usted, pues, don                       -En eso la Gladys tiene razón -comentó Pe­
          Roberto!                                                           tronila con tono resentido.
             Soto desvió la mirada hacia el joven:                              El inspector se dirigió a la cocinera:
             -¿Y a qué vino?                                                    �  Y usted, Petronila, ¿sabía lo que guardaba la
             -Bueno, a ver a la tía. Y entonces me enteré de                 señora aquí adentro?
          _que ella estaba en la clínica.                                      -Bueno, yo había visto esa cajita, pero cerrada.
             -¿La viene a ver muy a menudo?                                  ¡Quién se  iba  a imaginar  que  había una joya
             -Es mi única tía y la quiero mucho.                             adentro!
             -Pero, ¿cuán seguido la viene a visitar?                          -Yo lo sabía, inspector, y tantas veces le dije a
             -Como una vez al mes.                                           mi tía que ese no era un lugar para guardar algo
             Soto meditó.                                                    así -el índice de Roberto frotó con nerviosismo
             -¿Podría venir Gladys, señora Petronila?                        su barbilla.
             La mujer caminó con lentitud y su gruesa voz                       El inspector no respondió. Miraba con insistencia
          retumbó en la casa:                                                la punta de su zapato.
             -¡Gladys! ¡Niña, ven rápido! -y regresó                           -Perdón, pero ¿qué guardaba exactamente ahí
          junto al inspector, murmurando-: A estas jóvenes                   la señora? -preguntó Gladys.
          modernas lo único que les interesa es la ropa y el                   -Bueno, don Roberto sabe -comentó Petro­
          peinado. ¡Seguro que se está arreglando!                           nila con expresión maliciosa.
             Petronila no dejaba de tener razón: la mucha­                     -Un valiosísimo zafiro azul -respondió el
          cha venía muy maquillada y a su paso dejaba un                     sobrino, muy serio. Gladys emitió un silbido y
          fuerte olor a perfume:                                             Petronila se llevó una mano al pecho:
            -¿Sííí?                                                            -¡Qué descuido!
            -¿Sabe  usted por qué estoy aquí? -fue la                          Se produjo un silencio. Todos miraron al ins­
         pregunta de Soto.                                                   pector rascarse pacientemente su oreja izquierda
            -  ¡ N i  idea!  -  s o n r i ó   l a   m  u c h a c h a   c o n    mientras miraba un punto fijo en el techo.
         displicencia.                                                         -¿Dónde  está  el  teléfono?  -dijo  al  fin,
            -¿Usted sabía lo que guardaba su patrona en                      solemne.
         esta cajita?                                                          Gladys, con su índice, mostró uno sobre la me­
            -¡Ni idea! ¡No la había visto nunca! La señora                   sita de caoba.
         es bastante desconfiada y tiene.la manía de guardar                   Soto discó un número. Luego de unos instantes,
         todo con llave.                                                     su voz sonó seca:


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