Page 58 - Trece Casos Misteriosos
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-Roberto, la policía. Roberto, te lo ordeno.
          -El sobrino alzó la mirada y se encontró con los
          ojos de la enfermera. Roberto levantó los hombros
          y la mujer le murmuró:
            -Sígale la corriente. No es bueno que se agite
          -pero doña Sara alcanzó a oírla:
            -No, Roberto, no me engañes.  ¡Llama a la
          policía!
            -No la engañaré, tía. Iré a su casa y revisaré
          el velador. Si no está su joya, avisaré a la policía.
          Se lo prometo. Aunque estoy seguro de que nada
          ha sucedido.
            El sobrino palmeó con cariño un brazo de la
          enferma. Esta suspiró aliviada y cerró los ojos.
            A las ocho de la mañana el inspector Soto es­
          taba en el oscuro salón de doña Sara, con la cajita
          cerrada entre sus manos.
            Petronila, la cocinera, con su albo delantal sobre
          el uniforme verde, decía con voz gruesa y firme:
            -Pobre señora, pobre señora.  Primero la en­
          fermedad, y ahora esto.
            Roberto, con una sonrisa un poco forzada,
          acotó:
            -Tengo las mejores referencias de usted, ins­
          pector Soto. Sé de sus muchos casos resueltos con
          gran éxito.
            Soto carraspeó y movió sus grandes orejas:
            -¿Alguien más  estuvo ayer en esta casa?
         -preguntó. Y con un leve movimiento de su ín-
          dice levantó e hizo caer la tapa del dorado objeto
         con un crujir de bisagra.


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