Page 59 - Trece Casos Misteriosos
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-Roberto, la policía. Roberto, te lo ordeno.
 -El sobrino alzó la mirada y se encontró con los
 ojos de la enfermera. Roberto levantó los hombros
 y la mujer le murmuró:
 -Sígale la corriente. No es bueno que se agite
 -pero doña Sara alcanzó a oírla:
 -No, Roberto, no me engañes.  ¡Llama a la
 policía!
 -No la engañaré, tía. Iré a su casa y revisaré
 el velador. Si no está su joya, avisaré a la policía.
 Se lo prometo. Aunque estoy seguro de que nada
 ha sucedido.
 El sobrino palmeó con cariño un brazo de la
 enferma. Esta suspiró aliviada y cerró los ojos.
 A las ocho de la mañana el inspector Soto es­
 taba en el oscuro salón de doña Sara, con la cajita
 cerrada entre sus manos.
 Petronila, la cocinera, con su albo delantal sobre
 el uniforme verde, decía con voz gruesa y firme:
 -Pobre señora, pobre señora.  Primero la en­
 fermedad, y ahora esto.
 Roberto, con una sonrisa un poco forzada,
 acotó:
 -Tengo las mejores referencias de usted, ins­
 pector Soto. Sé de sus muchos casos resueltos con
 gran éxito.
 Soto carraspeó y movió sus grandes orejas:
 -¿Alguien más  estuvo ayer en esta casa?
 -preguntó. Y con un leve movimiento de su ín-
 dice levantó e hizo caer la tapa del dorado objeto
 con un crujir de bisagra.


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