Page 126 - Trece Casos Misteriosos
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viento. La noche estaba húmeda y Jaime, el Artis­                     -Ahí -respondió Jaime, el Artista, con gesto
            ta, miró el cielo con preocupación.                                seguro. Y sacando la linterna de su bolsillo iluminó
               -¿A qué hora saldrá el viejo a buscar el perió­                 de arriba hacia abajo, y luego de abajo hacia arriba,
             dico? -preguntó el Panda, impaciente.                             la codiciada figura -¡Qué belleza! -murmuró.
               -Ya está por salir; apronta el golpe de karate                     El Panda se encogió de hombros ante la vista
            -respondió el Artista en un susurro.                               de esas láminas de metal entrecruzadas.
               Los tres se agazaparon en el pórtico, tras una                     -La única belleza es el dinero que obtendre­
             columna. A los pocos segundos se escucharon unos                  mos por ella -observó con una risita.
             pasos. La pesada puerta de entrada se abrió y apa­                   -Ustedes no entienden nada: actúen y no
             reció un viejo con uniforme de guardián que, al                   hablen. ¡Ya, Rambo, saca la estatua mientras yo
             ver el periódico sobre las baldosas de la entrada,                vigilo la salida! -dijo el Artista, caminando hacia
             se agachó a recogerlo. En ese momento, un golpe                   la puerta de calle.
             seco en la nuca lo hizo caer al suelo, inconsciente.                 A los pocos minutos, mientras el Rambo equi­
                -Ni se quejó -masculló el Rambo.                               libraba la pesada estatua sobre sus hombros, el
                -Bien, Panda-aprobó el Artista-. ¿Cuánto                       Artista regresó con expresión de rabia:
             tiempo tendremos durmiendo al abuelo?                                -¡Maldición! Unos estúpidos madrugadores
                -Lo suficiente como para que operemos tran­                    se han refugiado de la lluvia bajo el alero de la
             quilos -respondió el karateca, restregando sus                    casa.  ¿ Cómo haremos ahora para salir sin ser
             manos.                                                            vistos? -pateó el suelo, furioso.
                E l   Rambo levantó fácilmente  al  cuidador                      El Panda hizo un gesto de fastidio y miró el
             con sus brazos poderosos y  se lo echó sobre                      techo como buscando una solución. Entonces
             los hombros, como si fuera un almohadón de                        el Rambo, con la estatua firme en su hombro,
             plumas. Luego, entró en la casa, seguido por sus                  exclamó:
             compañeros. El Panda cerró la puerta tras ellos.                     -Ya sé. Miren esa ventana que da a la calle
                -Déjalo por ahí y manos a la estatua ... -apu­                 lateral. ¡Salgamos por allí! No será difícil para mí
             ró el Artista. Los tres se dirigieron al fondo de la              sacar a esta señora, y no creo que a las dos parejas
             enorme sala. El Panda, un poco nervioso, miraba                   que se protegen de la lluvia se les ocurra venir a
             hacia todos lados mientras caminaba entre los ob­                 pasear por este lado.
              jetos en exhibición.                                                -¡Buena idea, Rambo! No eres solo músculos
                -¿Dónde está la Mujer sentada?-preguntó el                     -aprobó el Artista, golpeando un puño contra la

              Rambo.                                                           palma de la otra mano-. Una vez afuera, yo me



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