Page 108 - Trece Casos Misteriosos
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-¡Hazle una encerrona! -ordenó el inspector.
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           El chofer del colectivo miró con preocupación esa
                                                                             derecho.
           moto que se acercaba peligrosamente a su costado                     -¡Ahá!  -dijo Soto, rascándose una de sus
           y disminuyó la velocidad.                                         enormes orejas-: Lo siento, señores, pero, a me­
              Soto gritó:                                                    nos que alguno confiese, están todos detenidos.
              -¡Alto! ¡Policía!                                                 -Yo no tengo nada que ver en esto -alegó el
             Pero los pasajeros y el chofer del taxi, con los                chofer, con voz agudizada por los nervios.
          vidrios cerrados, parecieron no escuchar.                             -¡Ni yo tampoco! -siguió un señor de ante­
             -Adelántalo y crúzate para que se detenga                       ojos, levantando las manos en actitud defensiva-.
          -cuchicheó el inspector al oído del motorista,                     Soy un pobre empleado bancario y mantengo con
          mientras a su vez hacía señas al chofer con un                     esfuerzo a mi familia.
          brazo.                                                                -¡Esto es un atropello! -vociferó un tercer
             Finalmente, en una arriesgadísima maniobra,                     hombre  con un impecable  abrigo  negro-.
          el excelente conductor que resultó ser el joven de                 ¡Ustedes no saben quién soy yo!
          la moto logró su objetivo: con un gran chirrido de                    Junto con hablar sacaba tarjetas de su billetera.
          frenos, el taxi se detuvo en medio de la calle.                       -Yo soy un honrado vendedor viajero y jamás
             La suerte estaba del lado de Soto: dos carabi­                  he tenido que ver con la policía -dijo a su vez un
          neros hacían guardia en una esquina y, al ver esta                 hombre de bigotes que, por su voz nasal, mostra­
          extraña maniobra, corrieron hacia ellos.                           ba un evidente romadizo.
            -¡Inspector Soto! -gritó este, con sus creden­                      -Yo, yo, pe pe pero, no entien do do lo que pa
         ciales en alto-. ¡Necesito ayuda! ¡En este taxi va                  pa pa pasa -gimió el último, tartamudeando con
         un ladrón!                                                          gran desconcierto.
            Los carabineros desenfundaron sus pistolas de                       -¡Todos a la comisaría! -ordenaron los cara­
         servicio e hicieron descender a los ocupantes del                   bineros con gesto decidido.
         auto. Eran el chofer más cuatro hombres vestidos                       Uno de ellos ya pedía ayuda a través de su
         con trajes oscuros, que miraron sorprendidos.                       walkie talkie. La sirena del radiopatrullas no tardó
            -¡Regístrenlos! -ordenó el inspector.  Los                       en oírse.
         carabineros procedieron. Pero, ante el asombro                         El inspector Soto terminó de rascar concien­
         de Soto, ninguno de ellos tenía ni arma ni billetes.                zudamente su otra oreja. Miraba fijo a cada uno
         Sin embargo, una rápida investigación dentro                        de los sospechosos que permanecían sujetos con
         del auto mostró una bolsa -con la pistola y el                      firmeza de un brazo por los policías. Entonces
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