Page 34 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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grandes para ellos, les llegaban a los talones. Más bien parecían mantos reales.
Pero todos se sintieron muy confortables y, al mirarse, cada uno pensó que se
veían mucho mejor en sus nuevos atuendos y más de acuerdo con el paisaje.
—Imaginemos que somos exploradores árticos —dijo Lucía.
—A mí me parece que la aventura ya es suficientemente fantástica como
para imaginarse otra cosa —dijo Pedro, mientras iniciaba la marcha hacia el
bosque. Densas nubes oscurecían el cielo y parecía que antes de anochecer
volvería a nevar.
—¿No creen que deberíamos ir más hacia la izquierda si queremos llegar
hasta el farol? —preguntó Edmundo. Olvidó por un instante que debía
aparentar que jamás había estado antes en aquel bosque. En el momento en
que esas palabras salieron de su boca, se dio cuenta de que se había traicionado.
Todos se detuvieron; todos lo miraron fijamente. Pedro lanzó un silbido.
—Entonces era cierto que habías estado aquí, como aseguraba Lucía
—dijo—. Y tú declaraste que ella mentía...
Se produjo un silencio mortal.
—Bueno, de todos los seres venenosos... —dijo Pedro, y se encogió de
hombros sin decir nada más. En realidad no había nada más que decir y, de
inmediato, los cuatro reanudaron la marcha. Pero Edmundo pensaba para sus
adentros: "Ya me las pagarán todos ustedes, manada de pedantes, orgullosos y
satisfechos".
—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Lucía, sólo con la intención de
cambiar el tema.
—Yo pienso que Lu debe ser nuestra guía —dijo Pedro—. Bien se lo
merece. ¿Hacia dónde nos llevarás, Lu?
—¿Qué les parece si vamos a ver al señor Tumnus? Es ese Fauno tan
encantador de quien les he hablado.
Todos estuvieron de acuerdo. Caminaron animadamente y pisando fuerte.
Lucía demostró ser una buena guía. En un comienzo ella tuvo dudas. No sabía
si sería capaz de encontrar el camino, pero pronto reconoció un árbol viejo en
un lugar y un arbusto en otro y los llevó hasta el sitio donde el sendero se
tornaba pedregoso. Luego llegaron al pequeño valle y, por fin, a la entrada de la
caverna del señor Tumnus. Allí los esperaba una terrible sorpresa.
La puerta había sido arrancada de sus bisagras y hecha pedazos. Adentro,
la caverna estaba oscura y fría. Un olor húmedo, característico de los lugares
que no han sido habitados por varios días, lo invadía todo. La nieve
amontonada fuera de la cueva, poco a poco había entrado por el hueco de la
puerta y, mezclada con cenizas y leña carbonizada, formaba una espesa capa
negra sobre el suelo.
Aparentemente, alguien había tirado y esparcido todo en la habitación, y
luego lo había pisoteado. Platos y tazas, la vajilla..., todo estaba hecho añicos en