Page 36 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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Susana—. No quisiera avanzar un solo  paso más. Incluso desearía no haber
                  venido jamás. Sin embargo, creo que debemos hacer algo por el señor no-sé-
                  cuánto..., quiero decir el Fauno.
                        —Eso es también lo que yo siento —dijo Pedro—. Me preocupa no tener
                  nada para comer. Les propongo volver y buscar algo en la despensa, aunque,
                  según creo, no hay ninguna seguridad de que se pueda regresar a este país una
                  vez que se lo abandona. Bueno, creo que debemos seguir adelante.
                        —Yo también lo creo así —dijeron ambas niñas al mismo tiempo.
                        —Si solamente supiéramos dónde fue encerrado ese pobre Fauno.
                        Estaban todavía sin saber qué hacer cuando Lucía exclamó:
                        —¡Miren! ¡Allí hay un pájaro de pecho rojo! Es el primer pájaro que veo
                  en este país. Me pregunto si aquí en  Narnia ellos hablarán. Parece como si
                  quisiera decirnos algo.
                        Entonces la niña se volvió hacia el Petirrojo y le dijo: —Por favor, ¿puedes
                  decirme dónde ha sido llevado el señor Tumnus?
                        Lucía dio unos pasos hacia el pájaro. Inmediatamente éste voló, pero sólo
                  hasta el próximo árbol. Desde allí los miró fijamente, como si hubiera
                  entendido todo lo que le habían dicho. En forma casi inconsciente, los cuatro
                  niños avanzaron uno o dos pasos hacia el Petirrojo. De nuevo éste voló hasta el
                  árbol más cercano y volvió a mirarlos muy fijo. (Seguro que ustedes no han
                  encontrado jamás un petirrojo con un  pecho tan rojo ni ojos tan brillantes
                  como ése).
                        —¿Saben? Realmente creo que pretende que nosotros lo sigamos —dijo
                  Lucía.
                        —Yo pienso lo mismo —dijo Susana—. ¿Qué crees tú, Pedro?
                        —Bueno, podemos tratar de hacerlo.
                        El pájaro pareció entender perfectamente el asunto. Continuó de árbol en
                  árbol, siempre unos pocos metros delante de ellos, pero siempre muy cerca
                  para que pudieran seguirlo con facilidad. De esta manera los condujo abajo de
                  la colina. Cada vez que el Petirrojo se detenía, una pequeña lluvia de nieve caía
                  de la rama en que se había posado. Poco después, las nubes en el cielo se
                  abrieron y dieron paso al sol del invierno; alrededor de ellos la nieve adquirió
                  un brillo deslumbrante.
                        Llevaban poco más de media hora de camino. Las dos niñas iban adelante.
                  Edmundo se acercó a Pedro y le dijo:
                        —Si no te crees todavía demasiado grande y poderoso como para
                  hablarme, tengo algo que decirte y será mejor que me escuches.
                        —¿Qué cosa?
                        —¡Silencio! No tan fuerte. No sería bueno asustar a las niñas —dijo
                  Edmundo—. ¿Te has dado cuenta de lo que estamos haciendo?
                        —¿Qué? —preguntó Pedro nuevamente en un murmullo.
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