Page 14 - Papelucho - 3° - Julio
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de mi papá y a veces con la de mi mamá, y lo más raro es que nadie
                  hace nada por tomarlo preso. Parece que hace lo mismo con todo el

                  mundo, porque ayer en la comida la tía Lala decía que ella le había
                  dejado en el mes miles de pesos y la tía Erna que a ella le había quitado
                  algunos, y así a cada una. Debe ser un señor muy millonario, y además
                  yo me lo imagino como un ladrón elegante, y con dientes de oro, etc.

                  Pero pienso en lo de la mamá y el papá, que se lo pasan pelea y pelea
                  por la cuestión pobreza. Mi papá  se queja porque mi mamá paga las
                  cuentas o compra comida y mi mamá se queja porque el papá vuelve a
                  lo del señor Ruletero, y se va armando la pelea. El dice que va a buscar

                  lo que dejó y mi mamá dice que es sólo para que le  saquen más. Y
                  después, cuando él por fin decide que no irá, entonces llama a la mamá
                  cualquier amiga y se va con ella. Después vuelve llorando, reclama de
                  su poco carácter y habla mal de ella misma, etc., y mi papá sale furioso

                  dando un portazo.
                        La cuestión es que yo quiero ayudarlos en este momento grave, y,
                  pensando y pensando, creo que puedo ganar plata. Tengo una idea
                  bastante buena, pero la cuestión es que me resulte...

                                                                                              Enero 22
                        Ya sé lo que llaman desengaños de la vida. Hoy tuve uno tremendo.
                  El desengaño más atroz, creo. Se siente en el pecho como una agüita
                  caliente que corre suave hacia la garganta y se instala ahí. Es un gran

                  sufrimiento desengañarse. Ayer, cuando mi papá y mi mamá se fueron
                  donde el señor Ruletero y Javier a la casa de enfrente, yo me puse los
                  pantalones de aceite y me ensucié la cara y la camisa y a pie pelado me
                  fui andando, con los ojos mirando para arriba y un jarrito en la mano y

                  un letrerito que decía: "Una limosna para el cieguecito". Y a cada rato
                  me echaban pesos y más pesos y yo los guardaba sin mirarme el bolsillo
                  sino que los contaba a puro dedo y ya llevaba como veinte, cuando una
                  que me había echado el peso veintiuno me tomó del brazo y me dijo:

                  "¡Papelucho en persona!".
                        Yo no quería mirar porque era de esos ciegos de vista al cielo: pero
                  resulta que tuve que ver quién era: ¡y era la tía Pepa en persona!
                        Se reía a carcajadas y me preguntaba por qué estaba pidiendo

                  limosna y yo no sabía qué contestarle.
                        —¿Y cuánto has juntado? —me preguntó.



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