Page 27 - Autobiografia de mi Madre v.2
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pensando,  no  le conocía  lo  bastante co1no  para adi­  Entramos  en el poblado rodeados de  oscuridad.
 vjnarlo.  Emprendió  el  camino  carretera  abajo  en la   · No había luces por ninguna parte, no ladraba un solo
 dirección opuesta de la que llevaba a la escuela. Ague!   perro,  no nos cruzamos  con nadie.  Entramos en la
 tramo de carretera era nuevo para mí, y sin embargo   casa en la que vivía mi padre; había una luz procedente
 tenía cierta familiaridad  que me hizo sentir triste. Al   de una bonita lámpara de cristal, un objeto que yo no
 doblar  cada  curva  aparecía  el  familiar  color  verde   había visto nunca antes; la llama se alimentaba gracias a
 oscuro de los árboles que crecían con una ferocidad   un líquido claro que contenía la base de la lámpara, en
 que ninguna mano había intentado todavía restringir,   la que había grabados en relieve que representaban ca­
 un verde tan implacable que alcanzaba al mismo tiem­  bezas de animales desconocidos para mí. La lámpara
 po una gran belleza y una gran fealdad y sin embargo   estaba en una estantería, y la estantería estaba hecha de
 t::imbién una gran humildad; era, existía en sí mismo:   caoba, con los soportes acabados en forma de garras
 no se le podía añadir nada; no se le podía guitar nada.   apretadas.  La  estancia estaba atestada,  había una silla
 Todos y cada uno de los precipicios que se encontra­  en la que podían sentarse dos personas al mismo tiem­
 ban  a  lo  largo  de  la  carretera  eran  escarpados  y   po, otras dos sillas individuales y una mesita baja cubierta
 peligrosos, y caer por cualquiera de ellos habría su­  con un pedazo de lino blanco. Las paredes y el tabique
 puesto la muerte o quedar tullido para siempre. Y a   que separaba  aquella habitación del  resto  de  la  casa
 todas y  cada  una de las  cuestas  les seguía  una pen­  estaban forrados de papel, y el papel estaba decorado
 diente,  siempre estrangulada al fondo por la misma   con pequeñas rosas de color pálido. Nunca había visto
 exuberancia de plantas florecientes cuvo sentido to­  nada igual, excepto una vez, mjentras hojeaba un libro
 davía  desconozco.  Y  cada  una  de  l¡s  curvas  que   en la escuela, pero la imagen que había visto entonces
 giraban a la iZt¡uierda dejaba pronto paso a otra cur­  era un dibujo gue ilustraba una historia acerca de las
 va que giraba a la derecha.   actividades domésticas de un pequeño mamífero que
 El día empezó  entonces a  tefiirse con los  colores   vivía en el campo con su familia. En su madriguera, las
 del fin, los colores de un funeral, gris, malva, negro; la   paredes  estaban cubiertas de  un  papel parecido.  Yo
 tristeza que llevaba dentro se me hizo patente. Yo for­  había creído que aguella historia del pequeño mamífe­
 maba parte de un cortejo de nostalgia que se iba alejando   ro era una  invención  para  divertir a  los niños,  pero
 ele mi antigua vida, una existencia que había vivido du­  esto era rea]mente la casa de  mi padre, una casa con
 rante  sólo  siete  años.  Pero  no me  sentí  vencida.  La   una brillante lámpara en una habitación, y una habita­
 oscuridad de la noche cayó sobre nosotros como siem­  ción que parecía existir sólo provisionalmente.
 pre de repente, sin previo aviso. Tampoco entonces me   En  aquel  mbrnenro  me di  cuenta  de  que  había
 sentí vencida. l\f.i padre me rodeó con e] brazo, como   muchas  cosas que yo no  conocía,  aparte de  la más
 para protegerme de algo:  de  algún peligro que yo no   , importante de las cosas que no conocía:  mi madre.
 veía en el aire frío, de un espíritu mali gn o, de una caída.   conocía a mi padre; no sabia de dónde era ni qué
 Al principio su abrazo era suave; luego se fue estrechan­  tipo de personas  o cosas le gustaban; no  conocía la
 do hasta hacerse tan fuerte como un cinturón de hierro  '   \ tierra por la gue acababa de pasar a lomos de un ani­
 pero incluso entonces no me sentí vencida.   {nial; no sabía quién era yo ni qué estaba haciendo allí
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