Page 82 - Historias de Cronopios y Famas
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ninguna especie; no pueden encender los cigarros, el tío                             Qué tal, López
        parece ansioso de que la visita termine, y por fin ha, una
        confusa despedida en un pasillo lleno de cajones a medio
        abrir y donde apenas queda lugar para moverse.
            Al  salir de  la casa sabe  que  no  debe  mirar hacia
        atrás, porque ...  No sabe más que eso, pero lo sabe, y se
        retira rápidamente, con los ojos fijos en el fondo de la
       calle. Poco a poco se va sintiendo más aliviado. Cuando
       llega a su casa está tan rendido que se acuesta en segui­
       da, casi sin  desvestirse. Entonces  suefía  que está en el             Un sefíor encuentra a un amigo y lo saluda, dándo­
       « Tigre» y que pasa todo el día remando con su novia                le la mano e inclinando un poco la cabeza.
       y comiendo chorizos en el recreo Nuevo Toro.                            Así es como cree que lo saluda,  pero el saludo  ya
                                                                           está inventado y este buen señor no hace más que calzar
                                                                           un saludo.
                                                                               Llueve. Un señor se refugia bajo una arcada.  Casi
                                                                           nunca estos señores saben que acaban de resbalar por un
                                                                           tobogán prefabricado desde la primera lluvia y la prime­
                                                                           ra arcada. Un húmedo tobogán de hojas marchitas.
                                                                               Y los gestos del amor, ese dulce museo, esa galería de
                                                                           fi gur as de humo. Consuélese tu vanidad: la mano de Anto­
                                                                           nio buscó lo que busca tu mano, y ni aquélla ni la tuya bus­
                                                                           caban nada que ya no hubiera sido encontrado desde la
                                                                           eternidad.  Pero las cosas invisibles  necesitan encarnarse,
                                                                           las ideas caen a la tierra como palomas muertas.
                                                                                Lo  verdaderamente nuevo  da  miedo  o maravilla.
                                                                           Estas  dos  sensaciones  i almente  cerca  del  estómago
                                                                                                  gu
                                                                           acompañan siempre la presencia de Prometeo; el resto
                                                                           es la comodidad, lo que siempre sale más o menos bien;
                                                                           los verbos activos contienen el repertorio completo.
                                                                                Hamlet no duda:  busca la solución auténtica y no
                                                                           las puertas de la casa o los caminos ya hechos, por más


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