Page 37 - Historias de Cronopios y Famas
P. 37

de fierro. En esos momentos nos  divertíamos enorme­  eran hijas del odio y fruto de la envidia. La caída de la
 mente porque se oía martillear en todas partes, mis her­  noche nos salvó de otras pérdidas de tiempo.
 manas aullaban en la sala, los vecinos se amontonaban en   A la luz de una lámpara de carburo cenamos en la
 la verja cambiando impresiones, y entre el solferino y el   plataforma, espiados por un centenar de vecinos renco­
 malva del atardecer  ascendía el perfil de la horca  y se   rosos; jamás el lechón adobado nos pareció más exquisi­
 veía a mi tío el menor a caballo en el travesaño para fijar   to,  y más negro y dulce el nebiolo. Una brisa del norte
 el gancho y preparar el nudo corredizo.   balanceaba suavemente la cuerda de la horca; una o dos
 A esta altura de  las  cosas la  gente  de  la calle  no   veces chirrió la rueda, como si ya los cuervos se hubieran
 podía dejar de darse cuenta de lo que estábamos hacien­  posado para comer. Los mirones empezaron a irse, mas­
 do,  y un coro de protestas y amenazas nos alentó agra­  cullando vagas amenazas; aferrados a la verja quedaron
 dablemente a rematar la jornada con la erección de la   veinte o treinta que parecían esperar al  a cosa. Des �
                                             gun
 rueda. Al nos desaforados habían pretendido impedir   pués del café apagamos la lámpara para dar paso a la luna
 gu
 que mi hermano el se ndo y mis primos entraran en   c¡ue subía por los balaústres de la terraza, mis hermanas
 gu
 casa  el  magnífico  tronco  de  álamo  que  traían  en  la   aullaron y mis primos y tíos recorrieron lentamente la
 camioneta. Un conato de cinchada fue ganado de punta   plataforma, haciendo temblar los fundamentos con sus
 a punta por la familia en pleno que, tirando disciplina­  pasos. En el silencio que si ió, la luna vino a ponerse a
                                 gu
 damente del tronco, lo metió en el jardín junto con una   la altura del nudo corredizo, y en la rueda pareció ten­
 criatura de corta edad prendida de las raíces. Mi padre   derse una nube de bordes plateados. Las mirábamos, tan
 en persona devolvió la criatura a sus exasperados padres,   felices que era un   gu sto, pero los· vecinos murmuraban
 pasándola cortésmente por la verja, y mientras la aten­  en la verja, como al borde de una decepción. Encendie­
 ción se concentraba en estas alternativas sentimentales,   ron cigarrillos y se fueron yendo, unos en piyama y otros
 mi tío el mayor, ayudado por mis primos carnales, calzaba   más despacio. Quedó la calle, una pitada de vigilante a lo
 la rueda en un extremo del tronco y procedía a erigirla.   lejos, y el colectivo 108 que pasaba cada tanto; nosotros
 La policía llegó en momentos en que la familia, reunida   ya nos habíamos ido a dormir y soñábamos con fiestas,
 en  la  plataforma,  comentaba  favorablemente  el  buen   elefantes y vestidos de seda.
 aspecto del pat1'bulo. Sólo mi hermana la tercera perma­
 necía cerca de la puerta, y le tocó dialogar con el sub­
 comisario en persona; no le fue difícil convencerlo de
 que trabajábamos dentro de nuestra propiedad, en una
 obra que sólo el uso podía revestir de un carácter anti­
 constitucional, y que las murmuraciones del vecindario

 34                              35
   32   33   34   35   36   37   38   39   40   41   42