Page 38 - Historias de Cronopios y Famas
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Etiqueta y Prelaciones                               Culona. Siempre procedemos con el mismo tacto, aun­
                                                                           que nos ocurre tener que luchar con los vecinos y ami­
                                                                           gos que insisten en los motes tradicionales. A mi primo
                                                                          segundo  el  menor,  marcadamente  cabezón,  le  rehusa­
                                                                          mos  siempre  el  sobrenombre  de  Atlas  que  le  habían
                                                                          puesto en la parrilla de la esquina, y preferimos el infini­
                                                                          tamente más delicado de Cucuzza. Y así siempre.
                                                                               Quisiera aclarar que estas cosas no las hacemos por
                                                                          diferenciarnos del resto del barrio. Tan sólo desearíamos
             Siempre me ha parecido que el rasgo distintivo de            modificar, gradualmente y sin vejar los sentimientos de
        nuestra familia es el recato. Llevarnos el pudor a extre­         nadie, las rutinas y tradiciones. No nos  gu sta la vulgari­
        mos  increíbles, tanto en nuestra manera de vestirnos y           dad  en nin na  de sus formas,  y basta que al gu no de
                                                                                     gu
        de comer como en la forma de expresarnos y de subir a             nosotros oiga en la cantina frases como «Fue un partido
        los  tranvías.  Los  sobrenombres,  por  ejemplo,  que  se        de  trámite  violento»,  o:  «Los  remates  de  Faggioli  se
        adjudican tan desaprensivamente en el barrio de Pacífi­           caracterizaron  por  un  notable  trabajo  de  infiltración
        co, son para nosotros motivo de cuidado, de reflexión y           preliminar  del  eje  medio»,  para  que  inmediatamente
        hasta de inquietud. Nos parece que no se puede atribuir           dejemos constancia de las formas más castizas y aconse­
        un apodo cualquiera a al ien que deberá absorberlo y              jables en la emergencia, es decir: «Hubo una de patadas
                                gu
        sufrirlo  como  un  atributo  durante  toda  su  vida.  Las       que te la debo», o:  «Primero los arrollamos y después
        señoras  de  la  calle  Humboldt  llaman  Toto,  Coco  o          fue  la goleada». La gente nos mira con sorpresa, pero
        Cacho a sus hijos, y Negra o Beba a las chicas, pero en           nunca  falta al no que  recoja la lección  escondida en
                                                                                       gu
        nuestra familia  ese  tipo  corriente  de  sobrenombre  no        estas frases delicadas. Mi tío el mayor, que lee a los escri­
        existe, y mucho menos otros rebuscados y espamentosos             tores argentinos, dice que con muchos de ellos se podría
        como Chirola,  Cachuzo o Matagatos, que abundan por               hacer  algo  parecido,  pero  nunca  nos  ha explicado  en
        el lado de Para ay y Godoy Cruz.  Como ejemplo del                detalle. Una lástima.
                       gu
        cuidado que tenemos en estas cosas bastará citar el caso
        de mi tía se gu nda. Visiblemente dotada de un trasero de
        imponentes dimensiones, jamás nos hubiéramos permiti­
        do ceder a la fácil tentación de los sobrenombres habitua­
        les; así, en vez de darle el apodo brutal de Ánfora Etrusca,
        estuvimos de acuerdo en el más decente y familiar de la


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