Page 14 - Historias de Cronopios y Famas
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Y no que esté mal si las cosas nos encuentran otra         pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra
           vez  cada  día  y  son  las  mismas.  Que  a  nuestro  lado     la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras
           haya la misma mujer,  el mismo reloj, y que la novela           avanzo paso a paso para  ir a  comprar  el  diario  de la
           abierta sobre la mesa eche a andar otra vez en la bici­         esquina.
           cleta de nuestros anteojos,  ¿por qué estaría mal? Pero
           como un toro triste hay que agachar la cabeza, del cen­
           tro del ladrillo de cristal empujar hacia afuera, hacia lo
           otro tan cerca de nosotros, inasible como el picador tan
           cerca  del  toro.  Castigarse  los  ojos  mirando  eso  que
           anda por el cielo y acepta taimadamente su nombre de
           nube,  su  réplica  catalogada en  la memoria.  No creas
           que  el  teléfono  va  a  darte  los  números  que  buscas.
           ¿Por qué te los daría?  Solamente vendrá lo que tienes
           preparado y resuelto, el triste reflejo de tu esperanza,
           ese mono que se rasca sobre una mesa y tiembla de frío.
           Rómpele la cabeza a ese mono, corre desde el centro de la
           pared y ábrete paso. ¡Oh, cómo cantan en el piso de arriba!
           H ay  un piso de arriba en esta casa, con otras gentes. Hay
           un piso de arriba donde vive gente que no sospecha su
           piso de abajo, y estamos todsos en el ladrillo de cristal.
           Y si de pronto una polilla se para al borde de un lápiz
           y late como  un fuego ceniciento,  mírala,  yo  la estoy
           mirando, estoy palpando su corazón pequeñísimo, y la
           oigo, esa polilla resuena en la pasta de cristal congela­
           do,  no  todo  está  perdido.  Cuando  abra  la  puerta  y
           asome a la escalera  sabré que abajo  empieza la calle;
           no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el
           hotel de enfrente; la calle, la viva floresta dond� cacia
           instante puede arrojarse sobre mí como una magno­
           lia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuan­
           do avance un poco más,  cuando con los codos y las

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