Page 19 - Las Chicas de alambre
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suficiente, aunque pensé que no.
               Bien, tal vez hablar con una modelo de carne y hueso, aunque no fuese una top, ni tan
               sólo una de las de pasarela, me ayudase a realizar un mejor cuadro mental de Vania.

               O a lo mejor lo único que pretendía era ligar.
               —¿Nos vamos? —se plantó delante de mí con su misma cara inexpresiva.
               —¿Qué tal?
               —¿Tú qué crees?
               Mejor no preguntar.

               Salimos a la calle y cruzamos la calzada para sentarnos en la terraza del Otto Sylt.


                                                            VI



               Ya no llovía, y la terraza instalada sobre la acera de Gran Vía, al estar cubierta, tenía los
               asientos secos, o sería que los empleados acababan de volver a ponerlos no hacía mucho.
               Algunas mesas estaban ocupadas y hasta el sol pugnaba por salir rápidamente por entre
               las nubes más pertinaces.
               Cuatro estudiantes ociosos de una de las mesas cubrieron a Sofía con cuatro densas
               miradas. Por sus caras adiviné sus pensamientos. Yo también había jugado a eso siendo
               más jovencito. Luego me miraron a mí, valorando qué tenía yo para estar con una chica
               tan guapa. Volvieron a lo suyo, aunque de todas formas me puse de espaldas a ellos. El
               efecto «catártico» de las modelos, aunque a lo mejor nadie sabe que lo son al verlas, es
               bastante sorprendente. Bueno, Sofía simplemente era atractiva. Tal vez no fuera el morbo
               interno de toda modelo o candidata a serlo.

               Aún no habíamos hablado cuando ya se nos acercó el camarero. Yo solamente quería
               tomar una cerveza; pero, dada la hora, no me sorprendió que Sofía pidiera un bocadillo.

               —Podíamos haber ido al lado —le sugerí, señalando el restaurante contiguo, La Tramoia,
               especialista en tapas rápidas pero buenas.

               —Da igual.
               Tuve que resignarme al fallo.
               —Te debo una cena, ¿vale?
               —Vale —aceptó.

               Nos quedamos mirando unos segundos, dos o tres, hasta que ella se movió inquieta. Algo
               me dijo que vivía muy a salto de mata, y que era un nervio activo no siempre tensado en
               la dirección adecuada.

               —Me encanta tu cabello —dije patosamente.
               —Gracias.
               Y los ojos, y los labios, y el cuerpo, y las manos.
               —¿Eres amigo de Carlos Sanromán? —le tocó el turno a ella.

               —No. Era la primera vez que le veía.
               —¿Algo de tu trabajo?
               —Sí. Estoy investigando lo que pudo ser de una famosa modelo de hace diez años:
               Vania.
               —La conozco. Me enseñaron fotos de ella en la academia.

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