Page 104 - Las Chicas de alambre
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Pensé en Greta Garbo, La Divina. Se retiró del cine y vivió cuarenta años en Nueva York,
               languideciendo, sin dar entrevistas. A veces alguno o alguna de sus fans iba al Central
               Park   con   la   esperanza   de   verla   pasear.   Pero   desde   luego   no   hubo   tumultos   ni
               conmociones. Los artículos, los análisis, las retrospectivas de su vida y de su obra se
               sucedían, pero a ella jamás la importunaron en exceso. Y era la Garbo, no Vania. Y era
               Nueva York, no Araba.

               —Para mucha gente fuiste algo muy especial —le confesé.
               —Es bueno saber que te han querido, o que aún te quieren.
               Recordé a las personas con las que había estado hablando. ¿La querían? ¿Realmente...?
               De pronto me parecieron máscaras. Máscaras inmóviles que se desvanecían en el pasado.
               Fernández, Iturralde, Ashcroft, Sanromán, incluso...
               Fue como si se asomara a mis pensamientos.

               —¿Cómo está mi tía?
               Se lo dije, y durante los siguientes minutos seguimos hablando, como viejos amigos,
               mientras Noraima, que apenas si se creía lo que estaba viendo y oyendo, acababa
               sentándose en una silla, con los ojos muy fijos en ambos, tratando de entender qué estaba
               pasando.



                                                         XXXIV



               Vania se acercó a la orilla. Una leve ola, mansa, se aproximó a ella. No se tocaron. El
               agua llegó al límite de su periplo, retrocedió y volvió a tomar impulso para una nueva
               ola. Vania se la quedó mirando, mientras sus pies descalzos se hundían levemente en la
               arena húmeda. Yo, que no me había descalzado, estaba un par de pasos por detrás.

               —Mucha gente sueña con retirarse a un lugar como éste —le oí decir.
               —Pero a los sesenta o setenta años.
               —¿Estás seguro?
               Giró la cabeza exhibiendo aquella sonrisa que tanto me turbaba.

               —Debes de creer que estoy loca, o que soy una cobarde, ¿verdad?
               —No —dije sinceramente—. Y más después de conocer toda la historia. O al menos
               creer que la conozco —la contemple un segundo, bañada por la luna, sabiendo que nunca
               olvidaría esa imagen, y dije—: ¿Puedo preguntarte algo?
               —Adelante.
               —¿Te retiraste porque estabas cansada, agotada después de lo de Cyrille y Jess, o porque
               estabas enferma?
               —Primero lo hice porque estaba enferma. Me vine aquí al salir de la clínica, y Noraima
               se encargó de que me recuperara. Pero después, durante aquellos meses de paz, pensando
               en el pasado, en Cyrille, en Jess... Un día comprendí que no tenía ya más deseos de ser
               Vania. Todo el que crea un monstruo, tarde o temprano ha de destruirlo, o el monstruo le
               destruye a él. Dejé que el tiempo se comiera a Vania y a las Wire-girls. Montamos lo de
               la tumba, por si acaso, para protegerme. Ni siquiera me había dado cuenta de que han
               pasado diez años. Dios mío... ¡diez años!

               —¿No añoras...?
               —No —respondió rápida.

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