Page 101 - Las Chicas de alambre
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como tantas mujeres de treinta y cinco años, parecía estar en su punto; aunque su punto
               fuese el heredero de los años en los que fue una reina de las pasarelas. Se movía con
               gestos cargados de elegancia. Su clase aún estaba ahí. O sería que era todo lo que yo
               quería ver de ella.
               Estaba mudo, alucinado, sin saber qué hacer.
               Qué hacer.

               ¿Ir a por mis cámaras y portarme como lo que nunca había sido, un vulgar paparazzi
               capaz de robar la intimidad a las personas? ¿Largarme feliz aunque atrapado por aquel
               secreto? ¿Entrar y pedir la exclusiva de mi vida?

               O simplemente llamar y...
               Había ido hasta allí por eso.
               Llevaba dos semanas dando tumbos por eso.
               No recuerdo muy bien cuánto tiempo estuve inmóvil, espiándola, observándola mientras
               cenaba y se movía y hablaba con Noraima, igual que lo haría una hija con su madre, o
               dos grandes amigas. No recuerdo cuándo tomé la decisión final, ni tampoco recuerdo
               haber vuelto a la parte frontal de la casa. Únicamente recuerdo que los golpes dados en la
               puerta me despertaron de aquella catarsis.
               Y cuando me abrió Noraima...
               —¿Usted?
               Vania ya no se hallaba a la vista.

               —Lo siento —quise excusarme.
               —¿Qué está haciendo aquí a estas horas?
               —Déjeme hablar con ella, por favor,
               En sus ojos vi un atisbo de rencor, y también de miedo.

               —¿De qué me está hablando? ¡Vayase! ¿No ha tenido bastante con...?
               —¿Quiere que regrese a España y cuente la historia que imagino, o prefiere darle una
               oportunidad?
               Fue a cerrarme la puerta en las narices. Y yo no habría opuesto resistencia. Sin embargo,
               algo la detuvo.
               —Noraima...
               Vania estaba allí, visible para los dos.

               —No, Vanessa, mi niña... —fue como si le suplicara su amiga.
               —Vamos —la ex modelo sonrió con ternura—, sabíamos que un día podía suceder, ¿no?
               —Pero...
               Vania se acercó hacia la puerta. Me observó con atención. Al contrario que Noraima, en
               sus ojos no había nada salvo tristeza. Una gran carga de tristeza.

               Me encontré con su mano, tendida hacia la mía.
               —¿Cómo te llamas? —quiso saber.
               —Jon Boix, de Zonas Interiores.
               Se la estreché. Una mano delicada y hermosa, aunque con restos de pintura en las uñas.
               —Pasa —me invitó.

               Miré a Noraima.


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