Page 102 - Las Chicas de alambre
P. 102

Se apartó.
               Seguí a Vania unos pocos pasos. Su compañera cerró la puerta. Por alguna razón, creo
               que pocas veces en la vida me he sentido peor y, al mismo tiempo, en pocas me habré
               sentido mejor. Ambas sensaciones chocaban en mi espacio, en mi ánimo, produciéndome
               una reacción difícil de asimilar, y aún más de dominar. Imaginé a un fan de John Lennon
               encontrándole vivo.
               Ése era el problema. Para mí ya no se trataba de un reportaje.
               Vania se detuvo de pronto, se cruzó de brazos y me miró.

               —Noraima me ha contado todo: el tiempo que llevas buscándome, las personas con las
               que has hablado. ¿Tan importante piensas que soy todavía?
               ¿Cómo se mide la importancia de las personas, o de una noticia?
               —Quería contar por qué alguien como tú es capaz de desaparecer un día y dejarlo todo en
               pleno éxito.
               —Todo el mundo cree que estoy muerta.
               —No todos.

               —No, claro —asintió.
               —¿Quién está en esa tumba del cementerio?
               —Nadie —miró a su amiga negra y sonrió de nuevo—.Lo preparamos preveyendo que
               un día aparecerías tú.
               —No   lo   hicimos   tan   bien   —lamentó   Noraima,   que   me   seguía   observando   con
               desesperada rabia.
               —¿Cómo has sabido la verdad? —preguntó Vania.

               —Alguien se dedica a pintar cuadros ahí atrás, en el patio, y las manos de ella —señalé
               las manos de Noraima— estaban muy limpias. Además, en el cementerio, las flores
               estaban todas debajo del nicho de la niña.

               —Chico listo —ponderó ella.
               Noraima dijo algo que no entendí, probablemente en papiamento.
               —¿Quieres tomar alguna cosa? —me ofreció Vania.
               —Un vaso de agua, gracias —tenía la boca seca.
               —Siéntate.

               La obedecí mientras daba media vuelta y se dirigía a la cocina. Noraima no se sentó.
               Continuó de pie, junto a la puerta, sin dejar de mirarme, como si yo fuera la peor de las
               ratas y considerara cuál sería la mejor forma de matarme.

               No me sorprendió que exclamara en voz baja, como tentativa final:
               —Por favor... Ahora está bien. Déjela en paz. Por favor...
               Iba a decirle que yo nunca haría nada que la perjudicara, ni me inventaría historias, ni...
               pero no tuve tiempo. Vania regresaba con una botellita de agua fresca y un vaso. Me
               tendió ambas cosas y yo mismo me serví. Ella se sentó delante mío.
               —¿Qué es lo que quieres, una exclusiva?
               Me lo preguntó cuando estaba bebiendo, así que tuve que tragar el agua antes de
               responder.

               —No soy de ésos —dije—. Yo sólo quería escribir un reportaje.
               —¿Qué clase de reportaje?

                                                                                                          102
   97   98   99   100   101   102   103   104   105   106   107