Page 106 - Las Chicas de alambre
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—No lo sé. Nunca he puesto mis cuadros en venta.
               —¿No te interesa...?

               —Jon —me detuvo—. ¿No te has preguntado por qué mucha gente lo deja todo y se va?
               —Porque están hartos.
               —No, no exactamente. Te hablo de un tipo de gente, y sabes bien a cuál me refiero.
               —Siempre son personas que antes han vivido mucho, y en muy poco tiempo.

               —Así es —asintió con la cabeza—. Lo único que me interesa está aquí. Y soy feliz con
               ello. Sólo tengo una duda que de vez en cuando me asalta.

               —¿Cuál?
               —Saber si un día me atreveré o no a escribir un libro. Yo no soy muy buena en esas
               cosas, aunque tenga los sentimientos.
               Eso me sorprendió.
               —¿Tus memorias?

               —Sí. Y no porque le interesen a nadie, no soy tan ególatra, sino por contar la experiencia
               de una niña que tuvo un sueño, lo vio cumplido, y después no pudo despertar de él.
               —Tú sí despertaste.
               —No tuve más remedio. Al final.
               —Sería un libro muy útil para las miles de adolescentes que cada día anhelan ser
               modelos.
               —Lo querrían ser igual.
               —Pero al menos alguien les contaría una historia de verdad.

               —Creo que ya la saben, eso es lo que me detiene. Me parece que no son tan tontas; saben
               que es duro, que cuanto más arriba quieres llegar más te cuesta y más has de pagar.
               Aunque, como es lógico, son sus vidas, y no van a rendirse. Tienen derecho a vivirla, y a
               equivocarse. Leerían mi historia y dirían: «Sí, bueno, pero a mí no me pasará.» O: «De
               acuerdo, pero valió la pena.»
               Las mismas palabras de Sofía.

               —A los doce o trece años aún hay mucha ingenuidad, Vania.
               —Pero despiertan pronto. Muchas caen, sucumben; otras se conforman con haber jugado
               a estar ahí, y algunas, las menos, lo consiguen, para bien o para mal. Sin embargo, saben
               de qué va la película. Así que no sé si mi libro no sería otra triste historia de una «pobre
               chica —puso énfasis en esas dos primeras palabras— que lo logró y después lo cuenta».
               No quiero escribir una advertencia. Sólo querría contar una vivencia.

               —Podría pasarme un mes por aquí, en verano, y ayudarte a escribirlo.
               —¿Lo harías?
               —Por supuesto. Sería muy tentador. Yo sí sé escribir. ¿Qué tal de coautor?

               Me sonrió. Después me agarró del brazo y me obligó a reemprender la marcha. Ya no
               dejó este contacto.

               —¿Cuántos días vas a quedarte aquí?
               —No lo sé. Podría irme mañana, o pasado, o...
               —Quédate un par de días, por lo menos —me ofreció—. Te enseñaré esto, iremos al
               Puente   Natural, que  es  la  única   atracción  de   Aruba   además  de  algunas  cuevas,  y
               hablaremos de ello.

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