Page 108 - Las Chicas de alambre
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ya era suyo, que a mi madre le había encantado y que le auguraba un buen porvenir,
               porque le notaba casta. Yo le aseguré que mamá tenía olfato, y que si ella lo decía...
               —Pero no voy a dejar de ser modelo, ¿eh? Creo que ya hemos hablado de eso. Hasta que
               no me convenza de lo contrario...
               Habíamos quedado para cenar y celebrarlo.

               —¿Qué tal por ahí?
               —Bien.
               —¿La has encontrado?
               —Te lo contaré cuando nos veamos.

               —Pero...
               —Ssshhh...
               A mi madre no la había llamado. Sólo un fax nada comprometedor: «Todo bien. Regreso
               en un par de días.»
               Todavía tenía que decidir muchas cosas.

               Vania me lo preguntó, finalmente, la noche anterior, justo al despedirnos
               —¿Qué vas a escribir?
               —No lo sé.
               —¿No lo sabes?
               —No.

               —Eres un periodista, no puedes ignorar eso.
               —Y tú eres alguien que se ha ganado la paz, el descanso.
               —Jon, no seas tonto: tienes lo que habías venido a buscar.
               Me convencía, ella a mí, de mi deber.

               —Tengo dos cosas. Por un lado, una tumba que prueba que Vanessa Molins Cadafalch ha
               muerto. Ésa es una verdad. La tumba está ahí. Podría publicar esas fotos y sería una
               buena exclusiva, aunque resultase falsa. Y por el otro lado tengo a una mujer que no tiene
               nada que ver con la de hace diez años, y a la que no sé si descubrir, porque ya no es
               Vania, es Vanessa.
               —¿Serías capaz de no publicar... ?

               Me encogí de hombros.
               Y volví a pensar en la última página de  Lo que el viento se llevó.  Escarlata O'Hara
               diciendo: «Mañana será otro día.»
               Comprendí que no tomaría una decisión hasta llegar a Barcelona, más aún, hasta un
               segundo antes de ver a mi madre y decirle hola. Y faltaba demasiado para eso.
               Llegaría, pero de momento todavía faltaba una eternidad.
               —Escríbelo tú, o mañana vendrá otro con menos escrúpulos y lo hará a su aire —me
               advirtió ella.
               Mañana, mañana, mañana.

               —Siempre nos quedan tus memorias —la miré con afecto—. Digas lo que digas, serían
               una bomba.

               —¿Por qué no te conocí hace diez años? —bromeó Vanessa.
               —Porque entonces yo tenía quince.


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