Page 9 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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UNA ESTACIÓN DE AMOR




                               PRIMAVERA
                                   ..
          Era el martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso,
          ya al oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpenti­
          nas, miró al carruaje de delante. Extraíiado de una cara que no
          había visto  en  el  coche  la tarde anterior,  preguntó  a  sus
          compañeros:
               -¿Quién es? No parece fea.
               -¡  Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosa
          así, del doctor Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece  ...
               Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa
          criatura. Era una chica muy joven aún, ac.aso de no más de
          catorce afios, pero ya núbil. Tenía bajo el cabello muy oscuro
          un rostro de suprema blancura,.de ese blanco mate y raso que
          es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules,
          largos,  perdiéndose hacia las sienes entre negras pestañas.
          Tal  vez un poco separados, lo que da, bajo una frente tersa, aire
          de mucha nobleza o gran terquedad. Pero sus ojos, tal como
          eran, llenaban aquel semblante en flor con la luz de  su belleza.
          Y al  sentirlos Nébel detenidos un momento en  los  suyos,
          quedó deslumbrado.
               -¡Qué encanto! -murmuró,  quedando inmóvil, con
          una rodilla en el almohadón del surrey. Un momento después,
          las serpentinas volaban hacia la victoria.  Ambo�  carruajes
          estaban ya enlazados por el puente colgante de papel, y la que
          lo ocasionaba sonreía de vez en cuando al galante muchacho.
              Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas,
          cocheros y aun .al carruaje: las serpentinas llovían sin cesar.
          Tanto fue, que las dos personas sentadas atrás se volvieron y,
          bien que sonriendo, examinaron atent!lmente al derrochador.
              -¿Qui6nes son? -preguntó Nébel en voz baja.

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