Page 8 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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UNA ESTACIÓN DE AMOR




                                                                                                    PRIMAVERA
                                                                                                        ..
                                                                                Era el martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso,
                                                                               ya al oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpenti­
                                                                               nas, miró al carruaje de delante. Extraíiado de una cara que no
                                                                               había visto  en  el  coche  la tarde anterior,  preguntó  a  sus
                                                                                compañeros:
                                                                                    -¿Quién es? No parece fea.
                                                                                    -¡  Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosa
                                                                               así, del doctor Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece  ...
                                                                                    Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa
                                                                               criatura. Era una chica muy joven aún, ac.aso de no más de
                                                                               catorce afios, pero ya núbil. Tenía bajo el cabello muy oscuro
                                                                               un rostro de suprema blancura,.de ese blanco mate y raso que
                                                                               es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules,
                                                                               largos,  perdiéndose hacia las sienes entre negras pestañas.
                                                                               Tal  vez un poco separados, lo que da, bajo una frente tersa, aire
                                                                               de mucha nobleza o gran terquedad. Pero sus ojos, tal como
                                                                               eran, llenaban aquel semblante en flor con la luz de  su belleza.
                                                                               Y al  sentirlos Nébel detenidos un momento en  los  suyos,
                                                                               quedó deslumbrado.
                                                                                    -¡Qué encanto! -murmuró,  quedando inmóvil, con
                                                                               una rodilla en el almohadón del surrey. Un momento después,
                                                                               las serpentinas volaban hacia la victoria.  Ambo�  carruajes
                                                                               estaban ya enlazados por el puente colgante de papel, y la que
                                                                               lo ocasionaba sonreía de vez en cuando al galante muchacho.
                                                                                    Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas,
                                                                               cocheros y aun .al carruaje: las serpentinas llovían sin cesar.
                                                                               Tanto fue, que las dos personas sentadas atrás se volvieron y,
                                                                               bien que sonriendo, examinaron atent!lmente al derrochador.
                                                                                    -¿Qui6nes son? -preguntó Nébel en voz baja.

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