Page 259 - Narraciones extraordinarias
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Más  abajo,  inexorablemente más abajo.  Sólo  unos   Cuando mi cabeza retomó su antigua posición,  brilló
 pocos centímetros separaban mi pecho del acero. Intenté,   nuevamente una idea de esperanza. Aquella idea que no
 con furia, liberar mi brazo izquierdo; el cual no tenía más   había sido capaz de completar cuando llevaba la carne a
 libertad de movimiento que desde el plato de comida hasta   mi boca, encontraba ahora su otra mitad. La idea estaba
 mi boca. Si pudiera liberarlo trataría de frenar el péndulo;   ahora completa, y comencé con toda mi energía a ejecu-
 lo que  no distaría del intento de parar una avalancha.   tarla.
 Seguía bajando y mi respiración se volvía cada vez   Las ratas que pululaban a mi alrededor hambrientas,
 más dolorosa. Mis ojos seguían con desesperación los mo­  esperando quién sabe si su alimento en mi deceso, habían
 vimientos laterales, pero se cen-aban con los descendentes.   consumido casi por completo la porción de carne. Logré
 Aún cuando la muerte hubiera sido el mayor alivio, tem­  salvar un pedazo, sin embargo, no pude escabullirme de
 blaba y me estremecía ante la imagen del cuchillo atrave­  aquellos voraces animales, quienes dejaron señales de sus
 sando mi pecho. Era la esperanza la que me hacía temblar,   dientes en mis dedos. Con el resto aceitoso de carne froté
 la hon-ible  esperanza que nos hace creer,  incluso en los   lo más que pude las ataduras de cuero; luego me quedé
 hon-ores de la Inquisición, una salvación.   inmóvil y esperé.
 Comprobé  entonces que en diez o doce vibraciones   Mi repentina quietud asustó en un principio a los rato-
 más,  mi vestido  entraría  en contacto con la cuchilla de   nes y volvieron al pozo. Luego, viéndome inmóvil los más
 media luna; esta observación me produjo una gran calma:   atrevidos se encaramaron encima de mí y comenzaron a
 por primera vez, desde hace mucho días, pensaba. Descu­  oler las ataduras. Al rato, un  tropel de estos animalillos
 brí que las cintas que me ataban eran una sola atadura con­  hizo los mismo, y juntos trabajaban sobre la cinta. Nada
 tinua, por lo que el primer corte de la cuchilla, e cual­  los detenía, ni siquiera el vaivén del péndulo.  Recorrían
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 quier parte de la cinta, me libraría de esta. En todo ca\o, su   mi garganta y buscaban mi boca. Me vi invadido por el
 proximidad era aten-adora. Cualquier movimiento mal he­  asco más tremendo que un hombre ha podido sentir. No
 cho sería mi pérdida. Además, ¿habrían previsto mis ver­  obstante, debía aguantar, pues un minuto más y las atadu­
 dugos esta posibilidad? Desilusionado al ver acabada mis   ras estarían sueltas.
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 esperanzas, levanté la cabeza para observar mejor la posi­  Mis cálculos no habían fallado. El sufimiento y las
 ción de las ataduras. Efectivamente, estas atravesaban es­  náuseas no habían sido en vano porque ¡estaba libre! El
 trechamente todo mi cuerpo, menos en el sector por donde   movimiento del péndulo continuaba; había rasgado ya mis
 atravesaría la cuchilla del péndulo.   vestiduras y comenzaba a sentir dolor en mis nervios. Rá-


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