Page 258 - Narraciones extraordinarias
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Más abajo, inexorablemente más abajo. Sólo unos Cuando mi cabeza retomó su antigua posición, brilló
pocos centímetros separaban mi pecho del acero. Intenté, nuevamente una idea de esperanza. Aquella idea que no
con furia, liberar mi brazo izquierdo; el cual no tenía más había sido capaz de completar cuando llevaba la carne a
libertad de movimiento que desde el plato de comida hasta mi boca, encontraba ahora su otra mitad. La idea estaba
mi boca. Si pudiera liberarlo trataría de frenar el péndulo; ahora completa, y comencé con toda mi energía a ejecu-
lo que no distaría del intento de parar una avalancha. tarla.
Seguía bajando y mi respiración se volvía cada vez Las ratas que pululaban a mi alrededor hambrientas,
más dolorosa. Mis ojos seguían con desesperación los mo esperando quién sabe si su alimento en mi deceso, habían
vimientos laterales, pero se cen-aban con los descendentes. consumido casi por completo la porción de carne. Logré
Aún cuando la muerte hubiera sido el mayor alivio, tem salvar un pedazo, sin embargo, no pude escabullirme de
blaba y me estremecía ante la imagen del cuchillo atrave aquellos voraces animales, quienes dejaron señales de sus
sando mi pecho. Era la esperanza la que me hacía temblar, dientes en mis dedos. Con el resto aceitoso de carne froté
la hon-ible esperanza que nos hace creer, incluso en los lo más que pude las ataduras de cuero; luego me quedé
hon-ores de la Inquisición, una salvación. inmóvil y esperé.
Comprobé entonces que en diez o doce vibraciones Mi repentina quietud asustó en un principio a los rato-
más, mi vestido entraría en contacto con la cuchilla de nes y volvieron al pozo. Luego, viéndome inmóvil los más
media luna; esta observación me produjo una gran calma: atrevidos se encaramaron encima de mí y comenzaron a
por primera vez, desde hace mucho días, pensaba. Descu oler las ataduras. Al rato, un tropel de estos animalillos
brí que las cintas que me ataban eran una sola atadura con hizo los mismo, y juntos trabajaban sobre la cinta. Nada
tinua, por lo que el primer corte de la cuchilla, e cual los detenía, ni siquiera el vaivén del péndulo. Recorrían
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quier parte de la cinta, me libraría de esta. En todo ca\o, su mi garganta y buscaban mi boca. Me vi invadido por el
proximidad era aten-adora. Cualquier movimiento mal he asco más tremendo que un hombre ha podido sentir. No
cho sería mi pérdida. Además, ¿habrían previsto mis ver obstante, debía aguantar, pues un minuto más y las atadu
dugos esta posibilidad? Desilusionado al ver acabada mis ras estarían sueltas.
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esperanzas, levanté la cabeza para observar mejor la posi Mis cálculos no habían fallado. El sufimiento y las
ción de las ataduras. Efectivamente, estas atravesaban es náuseas no habían sido en vano porque ¡estaba libre! El
trechamente todo mi cuerpo, menos en el sector por donde movimiento del péndulo continuaba; había rasgado ya mis
atravesaría la cuchilla del péndulo. vestiduras y comenzaba a sentir dolor en mis nervios. Rá-
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