Page 138 - Narraciones extraordinarias
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el objeto de la excursión, y respondía a todas mis pregun­                llegar.
          tas con un evasivo "ya veremos".                                              -Entonces, sube lo más deprisa posible, pues pronto
              Atravesamos la ensenada de la punta de la isla en una                 se acabará la luz.
          barca, y, en dirección noreste, trepamos los altos terrenos                   -¿Hasta dónde debo llegar?
          de la orilla del continente; anduvimos por parajes suma­                      -Trepa el tronco, que yo te indicaré el camino que de-
          mente salvajes y desolados, donde no había vestigio hu­                   hes seguir. ¡Ah! Lleva el escarabajo contigo.
          mano. Legrand avanzaba con decisión, deteniéndose sola­                       -¡El escarabajo de oro! -gritó el negro, retrocediendo
          mente algunos instantes, aquí y allá, para consultar ciertas               ·on terror-. ¿Por qué debo llevar ese escarabajo conmigo?
          señales que seguramente había dejado en alguna ocasión                    ¡Qué me condene si lo hago!
          anterior.                                                                     -¡Cómo, tienes miedo! ¡Un negro grande y fuerte como
              Tras una larga caminata de aproximadamente dos ho­                    t  (1 no se atreve a tocar a un pequeño insecto muerto e inofen­
          ras, cuando iba a ponerse el sol, llegamos a una región aún               sivo! Si prefieres, llévalo con esta cuerda; pero si no subes de
          más siniestra que las anteriores. Era una planicie cerca de               alguna manera, me veré obligado a partirte la cabeza con esta
          la cumbre de una colina casi inaccesible, cubierta de espe­               az.ada.
          sos matorrales y sembrada de enormes peñascos esparci­                        -¿Miedo al escarabajo? ¿  Yo? -dijo Júpiter, avergon-
          dos en desorden sobre el suelo. Profundos barrancos, que                  zado-. ¡Era sólo una bromal
          se abrían en varias direcciones, daban un aspecto de so­                       Entonces el negro cogió al insecto y, manteniéndolo
          lemnidad más lúgubre al paisaje.  El lugar al cual había­                  alejado de su persona, se dispuso a trepar el árbol.
          mos trepado estaba tan lleno de zarzas que, sin la guadaña,                    En su juventud, el tulipero o Liriodendron Tutipiferum,
          hubiera sido imposible avanzar. Siguiendo las órdenes de                   tiene un tronco liso y se eleva con frecuencia a gran altura,
          su amo, Júpiter despejó el camino hasta llegar a un enor­                  sin producir ramas laterales; pero cuando llega a su madu­
          me tulipero que se erguía entre ocho o diez robles que so­                 rez, la corteza se vuelve rugosa y comienzan a aparecer
          brepasaba, dominando así la planicie. Una vez que llega­                   gran cantidad de ramas sobre el tronco. Por eso su ascenso
          mos al árbol, Legrand preguntó a Júpiter si sería capaz de                 •s bastante más difícil de lo que parece. Abrazado al tron-
          treparlo. El pobre negro vaciló por un momento, se acercó                  co,  con los brazos y pies descalzos asidos a las ramas,
          al enorme tronco, lo examinó cuidadosamente y respon­                      .1 C1piter, luego de estar a punto de caer varias veces, llegó al
          dió simplemente:                                                           l'i  n hasta la primera rama, a unos sesenta o setenta pies de
              -Sí,  amo; no existe un árbol a cuya copa no pueda                     altura.


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