Page 108 - Narraciones extraordinarias
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difícilmente podría escapar de la trampa en que se había me­               diendo lumbre por los ojos, se lanzó entonces sobre el cuer­
         tido. Sin embargo, por otra parte, no le faltaban grandes mo­              po de la joven, y hundió las afiladas garras en su garganta,
         tivos de temor por lo que el animal pudiera hacer dentro de                manteniendo la  presión hasta que ella expiró. Sus miradas ex­
        esa casa. Esta última reflexión movió al hombre a seguir per­               traviadas y salvajes se dirigieron en aquel momento a la cabe­
        siguiendo al orangután. U  na cadena de pararrayos se sube sin               cera de la cama, sobre la cual, al otro lado de la ventana, el
        dificultad,  especialmente para  un  marinero,  y  así  lo  hizo.            rostro de su amo, rígido por el horror, se distinguía apenas en
        Cuando llegó a la altura de la ventana, que se encontraba bas­               la oscuridad. Instantáneamente, recordando el temido látigo,
        tante apartada hacia su izquierda, debió hacer un alto. Todo                 la  furia  del animal se convirtió en miedo. Comprendiendo que
        lo que podía lograr era aproximarse para dar una ojeada al  in­              merecía ser castigado, pareció deseoso de ocultar sus san­
        terior de la habitación. Pero al hacerlo, le faltó poco para caer            grientas acciones, y comenzó a saltar por la sala, derribando
        al vacío, empujado por el horror. Fue entonces cuando se le­                 y destrozando los muebles a su paso, y arrancando la cama de
        vantaron aquellos estremecedores gritos que despertaron de                   su armazón.  Para terminar, cogió el cuerpo de la señorita
        su sueño a los vecinos de la me Morgue.                                      L'Espanaye, y lo introdujo por la chimenea, tal como fue ha­
            La señora L'Espanaye y su hija, vestidas con ropa de dor­                llado. Luego el de la anciana madre, el que inmediatamente
        mir, habían estado, según parece, ordenando unos documen­                    arrojó de cabeza por la ventana. Cuando el mono se acercó
        tos en el  cofrecito de hierro que habían llevado hasta el centro            allí, llevando su mutilada carga, el marinero retrocedió des­
        de la habitación, y tenían abierto; su contenido se hallaba en               pavorido. Resbalando por la cadena del pararrayos, más que
        el suelo, junto a ellas. Indudablemente, las víctimas estaban                agarrándose, llegó abajo y se alejó precipitadamente hacia su
        sentadas de espaldas a la ventana, y, por el tiempo que trans­               casa,  temiendo  las  consecuencias  de  aquella  carnicería,  y
        currió entre el ingreso del animal y los gritos, perece que no               abandonando, en su terror, todo cuidado por lo que pudiera
        lo vieron en seguida. El golpeteo del postigo debió ser atri­                ocurrirle al mono. Las palabras escuchadas  por el grupo en la
        buido al viento. Cuando el marinero miró hacia el interior  el               escalera, eran las exclamaciones de espanto del francés, mez­
                                                              ,
        gigantesco animal agarró a madame L'Espanaye por los ca-                     cladas a la jerigonza del orangután.
        bellos, y blandió la navaja de afeitar junto a su cara, imitando                 Ya casi no me queda nada que añadir. El animal tuvo que
        los gestos de un barbero. La hija se desmayó, y quedó tendi­                 escapar de la habitación por la cadena del pararrayos, poco
        da en el piso, inmóvil. Los forcejeos y alaridos de la anciana,              antes del amanecer. Maquinalmente debió cerrar la ventana
        en medio de los cuales le fue arrancado el cabello, tuvieron                 al pasar por ella.
        el efecto de cambiar los propósitos pacíficos del orangután,                     Tiempo después fue capturado por su propio dueño, que
        por la cólera. Con un gesto violento de su musculoso brazo,                  obtuvo por él una buena cantidad de dinero en el Jardín des
        casi le separó la cabeza del cuerpo, y, al ver la sangre, su ira             Plantes. Le Bon fue dejado en libertad rápidamente, después
       se inflamó hasta el frenesí. Rechinándole los dientes, y despi-               que nosotros contamos todo lo sucedido en el despacho del

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