Page 104 - Narraciones extraordinarias
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dónde se extiende este conocimiento, pero  ... si evito reclamar              -No podrá tener más de cuatro o cinco años. lLo tiene
         una propiedad de tanto valor, que se sabe que es mía, desper-             usted aquí?
         taré sospechas. Contestaré el anuncio, es lo mejor. Recupe­                   -iOh, no! Este no es lugar para guardarlo. Está en una
         raré mi orangután  y lo mantendré encerrado hasta que se                   cuadra que alquilamos en la 111e Dubourg. Podrá recuperarlo
         disipe este desagradable asunto".                                          mañana temprano. lViene preparado para demostrar su pro-
             En aquel momento oímos unos pasos en la escalera.                      piedad?
             -Prepárese usted -dijo Dupin-. Tome sus pistolas,                         -Sin duda alguna, señor.
         pero no haga uso de ellas, ni la muestre, hasta que yo le haga                -Sentiré mucho desprenderme de él -agregó Dupin.
         una señal                                                                     -Yo no pretendo que se haya tomado tanto trabajo si �
             Habíamos dejado abierta la puerta principal de la casa, y              que tenga alguna recompensa  -dijo el hombre-. Eso  m
         el visitante había entrado sin llamar. Sin embargo ahora pa­               pensarlo. Y estoy dispuesto a pagar una gratificación por el
         recía vacilar. Oímos que bajaba. Dupin fue rápidamente a la                hallazgo del animal; por supuesto, algo razonable.
         puerta, y lo escuchamos subir otra vez. Ahora ya no se volvía                 -Bien, eso es muy correcto -respondió mi amigo -. Va­
         atrás,  sino que subía decididamente.  Llamó a la puerta de                mos a ver.  .. lgué voy a pedir yo? iAh, ya lo sé! Mi recompen­
         nuestra habitación.                                                        sa será ésta: quiero que usted me diga todo lo que sabe acerca
             -Adelante -respondió Dupin, con voz alegre y satisfe­                  de esos asesinatos de la rue Morgue.
         cha.                                                                           Dupin pronunció estas últimas palabras en voz muy baja
             El hombre que entró era, sin lugar a dudas, un marinero.               y con mucha tranquilidad. Con la misma tranguilidad fue ha­
                                                                                                                                    _
         Alto, fornido, musculoso, con cierta expresión de arrogancia               cia la puerta, la cerró y se guardó la llave en el bolsillo. Lue­
         no del todo antipática. Su rostro, muy atezado, tenía más de               go sacó la pistola y, sin mostrar la menor agitación, la dejó
         la mitad oculta tras las patillas y el bigote. Traía un grueso ga­         sobre la mesa.
         rrote de roble, y no parecía llevar otras armas. Saludó in­                    El rostro del marinero se encendió, sofocado. Se puso de
         clinándose desmañada  mente, y nos dijo un "buenos días" con               pie y empuñó su garrote. Pero acto seguido, se ? ejó caer e ?
                                                                                                                                  ,
         acento francés, que, pese a un dejo suizo, daba a conocer su               la silla. temblando violentamente, y con expres1on de mon­
         origen parisiense.                                                         bundo. No dijo ni una palabra. Lo compadecí de todo co-
            -Siéntese, amigo -invitó Dupin-. Supongo que viene                      razón.
         a reclamar su orangután. Le doy mi palabra de que se lo en­                    -Amigo mío -murmuró Dupin, en tono amable -, se
         vidio. iHermoso animal, y de mucho precio! lQué edad le  atri­             alarma usted innecesariamente. se lo digo de veras. No nos
         buye?                                                                      proponemos causarle daño alguno. Le doy mi palabra de ho­
            El marinero dio un largo suspiro, como quién se guita un                nor, como caballero, y como francés, de que no intentamos
         gran peso de encima. y luego contestó con voz segura.                      perjudicarlo. Yo sé muy bien que usted es inocente de las atro-

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