Page 105 - Narraciones extraordinarias
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dónde se extiende este conocimiento, pero  ... si evito reclamar   -No podrá tener más de cuatro o cinco años. lLo tiene
 una propiedad de tanto valor, que se sabe que es mía, desper-  usted aquí?
 taré sospechas. Contestaré el anuncio, es lo mejor. Recupe­  -iOh, no! Este no es lugar para guardarlo. Está en una
 raré mi orangután  y lo mantendré encerrado hasta que se   cuadra que alquilamos en la 111e Dubourg. Podrá recuperarlo
 disipe este desagradable asunto".   mañana temprano. lViene preparado para demostrar su pro-
 En aquel momento oímos unos pasos en la escalera.   piedad?
 -Prepárese usted -dijo Dupin-. Tome sus pistolas,  -Sin duda alguna, señor.
 pero no haga uso de ellas, ni la muestre, hasta que yo le haga   -Sentiré mucho desprenderme de él -agregó Dupin.
 una señal    -Yo no pretendo que se haya tomado tanto trabajo si �
 Habíamos dejado abierta la puerta principal de la casa, y   que tenga alguna recompensa  -dijo el hombre-. Eso  m
 el visitante había entrado sin llamar. Sin embargo ahora pa­  pensarlo. Y estoy dispuesto a pagar una gratificación por el
 recía vacilar. Oímos que bajaba. Dupin fue rápidamente a la   hallazgo del animal; por supuesto, algo razonable.
 puerta, y lo escuchamos subir otra vez. Ahora ya no se volvía   -Bien, eso es muy correcto -respondió mi amigo -. Va­
 atrás,  sino que subía decididamente.  Llamó a la puerta de   mos a ver.  .. lgué voy a pedir yo? iAh, ya lo sé! Mi recompen­
 nuestra habitación.   sa será ésta: quiero que usted me diga todo lo que sabe acerca
 -Adelante -respondió Dupin, con voz alegre y satisfe­  de esos asesinatos de la rue Morgue.
 cha.         Dupin pronunció estas últimas palabras en voz muy baja
 El hombre que entró era, sin lugar a dudas, un marinero.   y con mucha tranquilidad. Con la misma tranguilidad fue ha­
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 Alto, fornido, musculoso, con cierta expresión de arrogancia   cia la puerta, la cerró y se guardó la llave en el bolsillo. Lue­
 no del todo antipática. Su rostro, muy atezado, tenía más de   go sacó la pistola y, sin mostrar la menor agitación, la dejó
 la mitad oculta tras las patillas y el bigote. Traía un grueso ga­  sobre la mesa.
 rrote de roble, y no parecía llevar otras armas. Saludó in­  El rostro del marinero se encendió, sofocado. Se puso de
 clinándose desmañada  mente, y nos dijo un "buenos días" con   pie y empuñó su garrote. Pero acto seguido, se ? ejó caer e ?
                                                         ,
 acento francés, que, pese a un dejo suizo, daba a conocer su   la silla. temblando violentamente, y con expres1on de mon­
 origen parisiense.   bundo. No dijo ni una palabra. Lo compadecí de todo co-
 -Siéntese, amigo -invitó Dupin-. Supongo que viene  razón.
 a reclamar su orangután. Le doy mi palabra de que se lo en­  -Amigo mío -murmuró Dupin, en tono amable -, se
 vidio. iHermoso animal, y de mucho precio! lQué edad le  atri­  alarma usted innecesariamente. se lo digo de veras. No nos
 buye?     proponemos causarle daño alguno. Le doy mi palabra de ho­
 El marinero dio un largo suspiro, como quién se guita un   nor, como caballero, y como francés, de que no intentamos
 gran peso de encima. y luego contestó con voz segura.   perjudicarlo. Yo sé muy bien que usted es inocente de las atro-

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