Page 106 - Narraciones extraordinarias
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cidades de la ,ue Morgue. No obstante, no puedo negar que,                da con otros marineros, justamente en la madrugada del día
         en cierto modo, se halla complicado en ellas. Por lo que aca­             del crimen, halló al orangután en su alcoba, en la que había
         bo de decirle, podrá comprender que he tenido medios de in­               penetrado desde el cuarto contiguo donde estaba encerrado.
         formación acerca de este asunto. Ahora el caso se presenta                Con una navaja de afeitar en la mano, se hallaba sentado de­
         de este modo: usted no ha hecho nada que pudiera evitar; na­              lante de un espejo, tratando de afeitarse; sin duda había es­
         da, ciertamente, que lo haga culpable. No le puede acusar de              piado a su amo en esta operación. Aterrorizado al ver un arma
         que haya robado, pudiendo hacerlo impunemente, y no tiene                 tan peligrosa en poder de un animal tan feroz, el marinero se
         ninguna cosa que ocultar. Por otra parte, está usted obligado,            quedó sin saber qué hacer durante unos momentos. Pese a to­
         por todos los principios de honor, a confesar cuanto sepa. Hay             do, había logrado apaciguar al orangután, aún en sus arran­
         un hombre inocente encarcelado bajo la acusación de esos                   ques más feroces, por medio de un látigo, y a éste recurrió
         crímenes, a cuyo autor puede usted desenmascarar.                          también en esa oportunidad. Al ver el látigo, el orangután
            El marinero había recobrado mucho de su presencia de                    huyó fuera de la habitación, se precipitó escaleras abajo, y lue-
         ánimo, pese a que ya no existía la arrogancia en él.                       go saltó por una ventana hacia la calle.
             -iQué Dios me salve!  -exclamó-. Yo quiero contarle                       Su dueño lo persiguió desesperado. El mono, que lleva­
         todo lo que sé, aunque no espero que me crea ni la mitad; es­              ba aún la navaja de afeitar en la mano, se volvía de cuando en
         taría loco si lo esperase. iPero soy inocente, y hablaré con to­           cuando para mirar y hacer muecas a su perseguidor. De este
         tal franqueza, aún cuando arriesgue la vida!                               modo continuó la persecución durante un largo trecho. Las
            Lo  que  declaró,  fue  en  sustancia  esto:  recientemente             calles estaban en profundo silencio porque eran casi las tres
         había regresado de un viaje al archipiélago índico. Un grupo,              de la madrugada.  Al descender por una callejuela situada
         del cual formaba parte, desembarcó en Borneo y pasó al in­                 detrás de la roe Morgue, llamó la atención del animal una luz
         terior a realizar una excursión de recreo. Entre él y un com­              que brillaba en la ventana abierta de la habitación de mada­
         pañero capturaron al orangután. Aquel compañero murió, y                   me L'Espanaye, en el cuarto piso del edificio. Se precipitó ha­
         el animal pasó a ser de su exclusiva propiedad.                            cia allá, vio la cadena del pararrayos, trepó con inconcebible
            Después de no pocos trabajos, ocasionados por la feroci­                agilidad por ella, se agarró al postigo que estaba abierto de
        dad del cautivo durante el viaje de regreso, logró encerrarlo               par en par, y balanceándose, suspendido de aquella manera,
        en su propio domicilio en París, donde para no atraer la cu­                saltó directamente sobre la cabecera de la cama. Todo esto
        riosidad de los vecinos, lo mantuvo cuidadosamente recluido,                duró apenas un minuto. El orangután, al entrar en la habita­
        hasta que pudo restablecerlo de una herida que se había he­                 ción, empujó con las patas el postigo que volvió a quedar
        cho en un pie, con una astilla, a bordo del navío. Su resolu­               abierto.
        ción era venderlo.                                                              Mientras tanto, el marinero estaba contento y perplejo a
            Sin embargo, al regresar a su casa después de una parran-               la  vez.  Tenía mucha esperanza  de capturar  al bruto,  que

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