Page 236 - Hamlet
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CLAUDIO.- Todo sucede bien... Desde que te fuiste se ha hablado mucho de ti delante
                  de Hamlet, por una habilidad en que dicen que sobresales. Las demás que tienes no
                  movieron tanto su envidia como ésta sola; que en mi opinión ocupa el último lugar.

                       LAERTES.- ¿Y qué habilidad es, señor?

                       CLAUDIO.- No es más que un lazo en el sombrero de la juventud; pero que la es muy
                  necesario, puesto que así son propios de la juventud los adornos ligeros y alegres, como de
                  la edad madura las ropas y pieles que se viste, por abrigo y decencia... Dos meses ha que
                  estuvo aquí un caballero de Normandía... Yo conozco a los franceses muy bien, he militado
                  contra ellos, y son por cierto buenos jinetes; pero el galán de quien hablo era un prodigio en
                  esto. Parecía haber nacido sobre la silla, y hacía ejecutar al caballo tan admirables
                  movimientos, como si él y su valiente bruto animaran un cuerpo solo, y tanto excedió a mis
                  ideas, que todas las formas y actitudes que yo pude imaginar, no negaron a lo que él hizo.

                       LAERTES.- ¿Decís que era normando?

                       CLAUDIO.- Sí, normando.

                       LAERTES.- Ese es Lamond, sin duda.

                       CLAUDIO.- Él mismo.

                       LAERTES.- Le conozco bien y es la joya más precisa de su nación.

                       CLAUDIO.- Pues éste hablando de ti públicamente, te llenaba de elogios por tu
                  inteligencia y ejercicio en la esgrima, y la bondad de tu espada en la defensa y el ataque;
                  tanto que dijo alguna vez, que sería un espectáculo admirable el verte lidiar con otro de
                  igual mérito; si pudiera hallarse, puesto que según aseguraba él mismo, los más diestros de
                  su nación carecían de agilidad para las estocadas y los quites cuando tú esgrimías con ellos.
                  Este informe irritó la envidia de Hamlet, y en nada pensó desde entonces sino en solicitar
                  con instancia tu pronto regreso, para batallar contigo. Fuera de esto...

                       LAERTES.- ¿Y qué hay además de eso, señor?

                       CLAUDIO.- Laertes, ¿amaste a tu padre? O eres como las figuras de un lienzo, que tal
                  vez aparentan tristeza en el semblante, cuando las falta un corazón.

                       LAERTES.- ¿Por qué lo preguntáis?

                       CLAUDIO.- No porque piense que no amabas a tu padre; sino porque sé que el amor
                  está sujeto al tiempo, y que el tiempo extingue su ardor y sus centellas; según me lo hace
                  ver la experiencia de los sucesos. Existe en medio de la llama de amor una mecha o pábilo
                  que la destruye al fin, nada permanece en un mismo grado de bondad constantemente, pues
                  la salud misma degenerando en plétora perece por su propio exceso. Cuanto nos
                  proponemos hacer debería ejecutarse en el instante mismo en que lo deseamos, porque la
                  voluntad se altera fácilmente, se debilita y se entorpece, según las lenguas, las manos y los
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