Page 215 - Hamlet
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GERTRUDIS.- ¡Ay! Hamlet, tú despedazas mi corazón.

                       HAMLET.- ¿Sí? Pues apartad de vos aquella porción más dañada, y vivid con la que
                  resta, más inocente. Buenas noches... Pero, no volváis al lecho de mi tío. Si carecéis de
                  virtud, aparentadla al menos. La costumbre, aquel monstruo que destruye las inclinaciones
                  y afectos del alma, si en lo demás es un demonio; tal vez es un ángel cuando sabe dar a las
                  buenas acciones una cierta facilidad con que insensiblemente las hace parecer innatas.
                  Conteneos por esta noche: este esfuerzo os hará más fácil la abstinencia próxima, y la que
                  siga después la hallaréis más fácil todavía. La costumbre es capaz de borrar la impresión
                  misma de la naturaleza, reprimir las malas inclinaciones y alejarlas de nosotros con
                  maravilloso poder. Buenas noches, y cuando aspiréis de veras la bendición del Cielo,
                  entonces yo os pediré vuestra bendición... La desgracia de este hombre me aflige en
                  extremo; pero Dios lo ha querido así, a él le ha castigado por mi mano y a mí también,
                  precisándome a ser el instrumento de su enojo. Yo le conduciré a donde convenga y sabré
                  justificar la muerte que le dí. Basta. Buenas noches. Porque soy piadoso debo ser cruel, ve
                  aquí el primer daño cometido; pero aún es mayor el que después ha de ejecutarse... ¡Ah!
                  Escuchad otra cosa.

                       GERTRUDIS.- ¿Cuál es? ¿Qué debo hacer?

                       HAMLET.- No hacer nada de cuanto os he dicho, nada. Permitid que el Rey, hinchado
                  con el vino, os conduzca otra vez al lecho y allí os acaricie, apretando lascivo vuestras
                  mejillas, y os tiente el pecho con sus malditas manos y os bese con negra boca. Agradecida
                  entonces, declaradle cuanto hay en el caso, decidle que mi locura no es verdadera, que todo
                  es artificio. Sí, decídselo, porque ¿cómo es posible que una Reina hermosa, modesta,
                  prudente, oculte secretos de tal importancia a aquel gato viejo, murciélago, sapo torpísimo?
                  ¿Cómo sería posible callárselo? Id, y a pesar de la razón y del sigilo, abrid la jaula sobre el
                  techo de la casa y haced que los pájaros se vuelen, y semejante al mono (tan amigo de hacer
                  experiencias) meted la cabeza en la trampa, a riesgo de perecer en ella misma.

                       GERTRUDIS.- No, no lo temas, que si las palabras se forman del aliento, y éste anuncia
                  vida, no hay vida ni aliento en mí, para repetir lo que me has dicho.

                       HAMLET.- ¿Sabéis que debo ir a Inglaterra?

                       GERTRUDIS.- ¡Ah! Ya lo había olvidado. Sí, es cosa resuelta.

                       HAMLET.- He sabido que hay ciertas cartas selladas, y que mis dos condiscípulos (de
                  quienes yo me fiaré, como de una víbora ponzoñosa) van encargados de llevar el mensaje
                  facilitarme la marcha y conducirme al precipicio. Pero, yo los dejaré hacer: que es mucho
                  gusto ver volar al minador con su propio hornillo, y mal irán las cosas; o yo excavaré una
                  vara no más debajo de las minas, y les haré saltar hasta la luna. ¡Oh! ¡Es mucho gusto,
                  cuando un pícaro tropieza con quien se las entiende!... Este hombre me hace ahora su
                  ganapán..., le llevaré arrastrando a la pieza inmediata. Madre, buenas noches... Por cierto
                  que el señor Consejero (que fue en vida un hablador impertinente) es ahora bien reposado,
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