Page 147 - Romeo y Julieta
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         empezaron y se desarrollaron estos hechos. Sólo entonces
 Sra. d e   Capuleto: Unos gritan "Julieta", otros "Romeo"  '
 otros "París", Y gritando corren todos hacia acá.
         podré consolaros o haceros morir, si viene a1 caso. Callad,
         entre tanto, y que la resignación contenga al dolor. Traed
 Príncipe: ¿Qué horrible hecho es el que presiento?
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 Gu dia 1: Mirad, Príncipe. Aquí yacen muertos el conde  acá a los sospechosos.
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 Pans y Romeo. y Julieta, que había sido sepultada, acaba  Fray Lorenzo:  He aquí al  principal  sospechoso,  aunque
        jamás yo podría cometer crímenes tan horribles. Todas las
 de monr Y su cuerpo está caliente todavía.
 � ríncipe: Aver guad,  veriguad rápido cómo se han produ­  circunstancias me condenan. Voy a acusarme y estoy dis­
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 C1do estos hornbles cnmenes.  puesto a cumplir el castigo que merezca. Voy a acusarme y
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 Guardia 1: H ta  ora hemos hallado a un fraile y a1 criado  a defenderme a1 mismo tiempo.
         Príncipe: Decidnos rápido, entonces, todo lo que sepáis.
 de Romeo. Teman Instrumentos para levantar las losas de los
 sepulcros.
         Fr ay  Lorenzo: Seré breve, pues la corta vida que me queda no
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 Capuleto: i ios mío! Esposa mía, ¿  no ves cómo corre la sangre  permite relatos largos ... Romeo, cuyo cuerpo veis ahí, se había
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 de  uestra h1p  ...  ? Esa daga erró el golpe: su vaina está vacía en  desposado con Julieta, a quien también veis muerta. Yo les casé.
        Y el día de la boda, que no se consumó, fue en el que murió
 el cmto de Montesco y clavada en el corazón de nuestra hija.
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 Sra. de Ca uleto: ¡Dios mío! Oigo doblar las campanas.  Teobaldo. Su muerte fue la causa del destierro de Romeo ... A
 Llaman a m1 vejez hacia el sepulcro. (Entran  Montesco  y otros  este destierro, y no a la muerte de Teobaldo, se debía el dolor
        de Julieta. Entonces vos (dirigiéndose a Capuleto) quisiste mi­
 Príncipe: Ven aquí, Montesco. Por mucho que hayas ma­
         tigar ese dolor obligándola a casarse con el conde París.  Pero
 drugado, ya no verás vivo a tu hijo y heredero.
         ella fue a mi celda desesperada, y me rogó que encontrara el
 � �  ��  modo de impedir esa segunda boda, porque si no, iba a ma­
 Mo t co: ¡Santo  os! Ayer murió mi esposa de pena por el
 desueno de nuesu·o illJO. ¿Qué otras  desgracias aguardan mi vejez?
        tarse en mi presencia ... Aprovechando mis conocimientos, yo
 Príncipe: Mira. Ahí las tienes.
        le preparé un narcótico cuyos efectos simulaban la muerte. Y
 Montesco: ¡Ay, hijo malcriado! ¿Cómo te atreviste a morir  entre tanto escribí a Romeo pidiéndole que viniera la noche en
 antes que tu padre?   que Julieta despertaría, a ayudarme a rescatarla de su tumba.
        Pero al hermano Juan, a quien entregué la carta, se le impidió
 Príncipe: Contened vuestro llanto hasta que sepamos cómo
        accidentalmente salir de Verana, y sólo anoche pudo avisarme


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