Page 8 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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                                 Un gato grande, negro y gordo




























                       —Me da mucha pena dejarte solo —dijo el niño acariciando el
                  lomo del gato grande, negro y gordo.
                       Luego   continuó   con   la   tarea   de   meter   cosas   en   la   mochila.
                  Tomaba un casete del grupo Pur, uno de sus favoritos, lo guardaba,
                  dudaba, lo sacaba, y no sabía si volver a meterlo en la mochila o
                  dejarlo   sobre   la   mesilla.   Era   difícil   decidir   qué   llevarse   para   las
                  vacaciones y qué dejar en casa.
                       El gato grande, negro y gordo lo miraba atento, sentado en el
                  alféizar de la ventana, su lugar favorito.
                       —¿Guardé las gafas de nadar? Zorbas, ¿has visto mis gafas de
                  nadar? No. No las conoces porque no te gusta el agua. No sabes lo
                  que te pierdes. Nadar es uno de los deportes más divertidos. ¿Unas
                  galletitas? —ofreció el niño tomando la caja de galletas para gatos.
                       Le sirvió una porción más que generosa, y el gato grande, negro y
                  gordo empezó a masticar lentamente para prolongar el placer. ¡Qué
                  galletas tan deliciosas, crujientes y con sabor a pescado!
                       «Es un gran chico», pensó el gato con la boca llena. «¿Cómo que
                  un gran chico? ¡Es el mejor!», se corrigió al tragar.
                       Zorbas, el gato grande, negro y gordo, tenía muy buenas razones
                  para pensar así de aquel niño que no sólo gastaba el dinero de su
                  mesada en esas deliciosas galletas, sino que le mantenía siempre
                  limpia   la   caja   con   gravilla   donde   aliviaba   el   cuerpo   y   lo   instruía
                  hablándole de cosas importantes.
                       Solían   pasar   muchas   horas   juntos   en   el   balcón,   mirando   el
                  incesante ajetreo del puerto de Hamburgo, y allí, por ejemplo, el niño
                  le decía:
                       —¿Ves   ese   barco,   Zorbas?   ¿Sabes   de   dónde   viene?   Pues   de
                  Liberia, que es un país africano muy interesante porque lo fundaron
                  personas que antes eran esclavos. Cuando crezca, seré capitán de un
                  gran velero e iré a Liberia. Y tú vendrás conmigo, Zorbas. Serás un
                  buen gato de mar. Estoy seguro.



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