Page 5 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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                                                Mar del Norte



























                       —¡Banco de arenques a babor! —anunció la gaviota vigía, y la
                  bandada del Faro de la Arena Roja recibió la noticia con graznidos de
                  alivio.
                       Llevaban  seis   horas  de   vuelo   sin  interrupciones   y,  aunque   las
                  gaviotas piloto las habían conducido por corrientes de aires cálidos
                  que   hicieron   placentero   el   planear   sobre   el   océano,   sentían   la
                  necesidad de reponer fuerzas, y qué mejor para ello que un buen
                  atracón de arenques.
                       Volaban sobre la desembocadura del río Elba, en el mar del Norte.
                  Desde la altura veían los barcos formados uno tras otro,  como si
                  fueran pacientes y disciplinados animales acuáticos esperando turno
                  para salir a mar abierto y orientar allí sus rumbos hacia todos los
                  puertos del planeta.
                       A   Kengah,   una   gaviota   de   plumas   color   plata,   le   gustaba
                  especialmente observar las banderas de los barcos, pues sabía que
                  cada una de ellas representaba una forma de hablar, de nombrar las
                  mismas cosas con palabras diferentes.
                       —Qué   difícil   lo   tienen   los   humanos.   Las   gaviotas,   en   cambio,
                  graznamos igual en todo el mundo —comentó una vez Kengah a una
                  de sus compañeras de vuelo.
                       —Así   es.   Y   lo   más   notable   es   que   a   veces   hasta   consiguen
                  entenderse —graznó la aludida.
                       Más allá de la línea de la costa, el paisaje se tornaba de un verde
                  intenso. Era un enorme prado en el que destacaban los rebaños de
                  ovejas pastando al amparo de los diques y las perezosas aspas de los
                  molinos de viento.
                       Siguiendo las instrucciones de las gaviotas piloto, la bandada del
                  Faro de la Arena Roja tomó una corriente de aire frío y se lanzó en
                  picado   sobre   el   cardumen   de   arenques.   Ciento   veinte   cuerpos
                  perforaron el agua como saetas y, al salir a la superficie, cada gaviota
                  sostenía un arenque en el pico.




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