Page 7 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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Para entonces  serían unas mil gaviotas  que, como  una rápida
                  nube de color plata, irían en aumento con la incorporación de las
                  bandadas de Belle Îlle, Oléron, los cabos de Machichaco, del Ajo y de
                  Peñas. Cuando todas las gaviotas autorizadas por la ley del mar y de
                  los   vientos   volaran   sobre   Vizcaya,   podría   comenzar   la   gran
                  convención de las gaviotas de los mares Báltico, del Norte y Atlántico.
                       Sería un bello encuentro. En eso pensaba Kengah mientras daba
                  cuenta de su tercer arenque. Como todos los años, se escucharían
                  interesantes historias, especialmente las narradas por las gaviotas del
                  cabo de Peñas, infatigables viajeras que a veces volaban hasta las
                  islas Canarias o las de Cabo Verde.
                       Las   hembras   como   ella   se   entregarían   a   grandes   festines   de
                  sardinas y calamares mientras los machos acomodarían los nidos al
                  borde de un acantilado. En ellos pondrían los huevos, los empollarían
                  a salvo de cualquier amenaza y, cuando a los polluelos les crecieran
                  las primeras plumas resistentes, llegaría la parte más hermosa del
                  viaje: enseñarles a volar en el cielo de Vizcaya.
                       Kengah hundió la cabeza para atrapar el cuarto arenque, y por
                  eso no escuchó el graznido de alarma que estremeció el aire:
                       —¡Peligro a estribor! ¡Despegue de emergencia!
                       Cuando   Kengah   sacó   la   cabeza   del   agua   se   vio   sola   en   la
                  inmensidad del océano.



















































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