Page 27 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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—No nos interesa lo que diga del gavilán. Estamos aquí por una
gaviota —lo interrumpió Secretario.
—¿Tendría la amabilidad de dejar de quitarme los maullidos de la
boca? —rezongó Colonello.
—Perdón. Es que la enciclopedia es para mí algo irresistible. Cada
vez que miro en sus páginas aprendo algo nuevo —se disculpó
Sabelotodo, y siguió pasando palabras hasta dar con la que buscaba.
Pero lo que la enciclopedia decía de las gaviotas no les sirvió de
gran ayuda. Como mucho supieron que la gaviota que les preocupaba
pertenecía a la especie argentada, llamada así por el color plata de
sus plumas.
Y lo que encontraron sobre el petróleo tampoco les llevó a saber
cómo ayudar a la gaviota, aunque tuvieron que soportar una larga
disertación de Sabelotodo, que se extendió hablando sobre una
guerra del petróleo que tuvo lugar en los años setenta.
—¡Por las púas del erizo! Estamos como al principio —maulló
Zorbas.
—¡Es terrible! ¡Terrible! Por primera vez la enciclopedia me ha
defraudado —admitió desconsolado Sabelotodo.
—Y en esa emplicope... ecimole... en fin, ya sabes a lo que voy,
¿no hay consejos prácticos sobre cómo quitar manchas de petróleo?
—consultó Colonello.
—¡Genial! ¡Terriblemente genial! ¡Por ahí debimos haber
empezado! Ahora mismo os alcanzo el tomo dieciocho, letra «Q» de
quitamanchas —anunció Sabelotodo con euforia al tiempo que
trepaba nuevamente al mueble de los libros.
—¿Se da cuenta? Si usted evitara esa odiosa costumbre de
quitarme los maullidos de la boca ya sabríamos qué hacer —indicó
Colonello al silencioso Secretario.
En la página dedicada a la palabra quitamanchas encontraron,
además de cómo quitar manchas de mermelada, tinta china, sangre y
jarabe de frambuesas, la solución para eliminar manchas de petróleo.
—«Se limpia la superficie afectada con un paño humedecido en
bencina.» ¡Ya lo tenemos! —maulló Sabelotodo.
—No tenemos nada. ¿De dónde diablos vamos a sacar bencina? —
rezongó Zorbas con evidente mal humor.
—Pues, si mal no recuerdo, en el sótano del restaurante tenemos
un tarro con pinceles sumergidos en bencina. Secretario, ya sabe lo
que tiene que hacer —maulló Colonello.
—Perdón, señor, pero no capto su idea —se disculpó Secretario.
—Muy simple: usted humedecerá convenientemente el rabo con
bencina y luego iremos a ocuparnos de esa pobre gaviota —indicó
Colonello mirando hacia otra parte.
—¡Ah, no! ¡Eso sí que no! ¡De ninguna manera! —protestó
Secretario.
—Le recuerdo que el menú de esta tarde contempla doble ración
de hígado a la crema —musitó Colonello.
—¡Meter el rabo en bencina!... ¿Dijo usted hígado a la crema? —
maulló consternado Secretario.
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