Page 95 - Quique Hache Detective
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Encontré a mis amigos,  pero no estaban tan   primera persona que me recibió con una son­
 amistosos:  decían que yo no  era  como  ellos,   risa. El Hogar era muy bueno, a uno lo trata­
 que  nunca  podría  serlo  porque  tenía  casa  y   ban bien,  sin restricciones.  A veces salíamos
 comida.  Los  seguí  hasta  la  Plaza  de  Armas,   con Charo y otros a recorrer el barrio. Así fue
 adonde estaba un viejo como de ochenta años   como  conocimos  a  Cacho  Ramírez.  Charo
 que se creía el arcángel Gabriel, el mensajero   decía que Cacho era uno de los nuestros por­
 de  Dios.  «Hace  años,  siglos,  que  Dios  no   que también tenía problemas».
 quiere anunciar nada, no me ha llamado. Por   Después de que León hablara arriba de
 eso duermo aquí, en la plaza. »  Hablaba boni­  la micro,  nos  quedamos en silencio.  Recorri­
 to y nos llamó «mis querubines». Luego llega­  mos la Alameda.  Pasamos frente a La Mone­
 mos  por  calle  Moneda  hasta  una  galería   da  y  a  la  torre  Entel.  Nos  bajamos  en  la
 comercial  antigua  donde  nos  quedamos.   estación  Los  Héroes.  Caminamos  por  San
 Dormimos en un portal,  apretados unos con   Martín  hasta  el  terminal  de  buses  de  Inter­
 otros  para  no  sentir frío.  Como a las  cuatro   mar. Desde allí salían buses hacia la costa cada
                    .
            .
 de  la  madrugada nos despertaron los carabi­  qumce mmutos.
 neros  y  carabineras.  Nos  llevaron  a  la  calle   El gordo me dejó en la puerta del ter­
 donde nos esperaba un bus policial. Mis ami­  minal.  Regresaría al  Hogar en  Santa Familia
 gos iban felices en el bus, conversando y con­  para saber si había  novedades con respecto a
 tando chistes porque estaban acostumbrados.   Charo.  Me  entregó  un  número  de  teléfono.
 A mí, en cambio, era primera vez que me de­  Nos  estrechamos las  manos  y  sonreímos.  Él
 tenían. Al otro día me fueron a buscar mi pa­  dijo «gracias»,  con una voz suavecita.  Se fue
 pá  y  mi mamá.  El recorrido  en el  auto  a  la   por la calle con las manos en los bolsillos y la
 casa fue en un silencio de cementerio, ningu­  melena larga al viento.
 no de los tres dijo una palabra. En la casa am­
 bos se encerraron en un dormitorio a discutir,
 mientras tanto yo encendí el  televisor con el
 volumen  muy  alto.  Una semana después lle­
 gué  al  Isabelita  Astaburuaga.  Charo  fue  la


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