Page 92 - Quique Hache Detective

-Creo que le caes bien a Charo -dijo se consiguió marihuana con un viejo en los
el gordo y la Gertru sonrió y me guiñó un
ojo. A veces la Gertru se porta como retrasa­
da mental.
Como León no tenía dinero para re­
gresar, nos fuimos juntos al centro en una mi­
cro amarilla demorosa, pero que nos dio
tiempo para conversar, mientras el calor de la
mañana mataba, con el cielo despejado y de
un azul intenso. La micro se fue por Grecia,
por una pista especial para la locomoción.
Cuando pasamos frente al Estadio Nacional,
León comenzó a hablar:
«Cuando mis papás se separaron debía
dormir una semana en la casa de mi mamá y
otra en la de mi papá. Todo lo tenía doble:
ropa, dormitorio y casa. Es malísimo cuando
los padres se separan y uno queda entreme­
dio. A mí me afectó en el colegio, bajé las no­
tas y no quería estar en clases. En los recreos
saltaba la ventana de la enfermería y salía a la
calle. Recorrí el centro de Santiago tardes en­
teras. Me hice amigo de otros que andaban
vagando como yo. Pero no hacían la cimarra;
pedían limosna o cantaban en las salidas del
metro. Nos reuníamos en el paseo San Agus­
tín y caminábamos todo el día, sin nada que
hacer. Aprendí a fumar con ellos y un día uno
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pool de arriba del cine Nilo, en calle Monji­
tas. Me reí mucho con la marihuana. Otro
día vimos un asalto a un banco en Huérfanos.
No fue un asalto como el de las películas, si­
no todo lo contrario. Un señor, que después
nos enteramos era un profesor jubilado, entró
a robar en la sucursal bancaria. Dejó un pa­
pelito con el cajero, amenazándolo y pidién­
dole plata. Luego salió corriendo con el
dinero, pero casi enseguida lo atraparon los
carabineros. Vimos como se lo llevaban. Llo­
raba y repetía para que lo escucháramos, que
lo único que quería comprar con la plata era
un colchón box spring porque quería dormir
bien los últimos años de su vida. Fue triste,
nadie comentó nada. Ese mismo día, un vier­
nes, yo debía llegar, como todos los viernes
por la tarde, hasta el Faro de Apoquindo.
Frente al McDonald's. Allí me pasaba a reco­
ger mi papá o mi mamá, para llevarme a la
casa que correspondiera. A las siete de la tar­
de llegué al Faro. Esperé tres horas, pero nin­
guno de los dos apareció. Una señorita
amable del McDonald's me regaló una ham­
burguesa con queso y un vaso de Coca-Cola.
Nadie apareció ese día. Se les olvidó recoger­
me. Entonces volví al centro en una micro.
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