Page 38 - Quique Hache Detective
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en mi cabeza,  cuando se acercó una niña co­                   con pasos lentos y demorados para llegar jus­
               mo  de  diecisiete  o  dieciocho  años  con  b l ue            to a tiempo.
               jeans, el pelo corto, unos ojos claritos que da­                      Era un cuadrado grande, vacío, un pela­
               ba  gusto  mirar,  y  una  polera  negra  de  Iron             dero de escombros y basuras, rodeado de pare­
               Maiden.  Me  enamoré  enseguida,  antes  de                    des de cemento. Digamos que no era un paisaje
               que ella dijera una palabra.  La niña me mira­                 campestre.  Olía pésimo y comenzaba a oscure­
               ba con ojos de tren, que alguna vez explicaré                  cer.  Pensé que podía haber sido todo una bro­
               en  qué  consiste  como  mirada.  Su  cara  era                ma; allí no había nada. Hasta que, por entre los
               dulce,  parecida a Santa Teresa de Los Andes,                  cerros de escombros, empezaron a aparecer jó­
               pero no a la santa precisamente, sino a la ac­                 venes.  No tenían caras amistosas.  Conté doce
               triz  que  la  representó  para  la  televisión.  Se          entre hombres  y  mujeres.  Al  final apareció  la
               acercó donde yo esperaba el colectivo y dijo:                 niña de la plaza,  de la cual estaba enamorado
                      -¿Andas buscando a Cacho Ramírez?                      hacía diez minutos sin que ella lo supiera.
                      -Sí -respondí sorprendido.                                     Uno de los aparecidos,  el más grande,
                      -En este barrio las noticias se saben rá-              un gordo de pelo largo, me mostró los dien­
               pidamente  -me  contestó  sonriendo.  Una                     tes y dijo:
                    .
                            .
               sonnsa prec10sa.                                                     -Si buscas a Cacho Ramírez mejor se­
                      La  tarde  calurosa  estaba  terminando  y             rá que lo olvides, lo tenemos secuestrado.
               una brisa suavecita y fresca renovaba el ambiente.                   Me atoré antes de hablar, tratando de
                      -¿Sabes dónde puedo encontrar a Ra­                    que no se notara lo nervioso que estaba:
               mírez? -dije con una mirada de rana vieja.                           -¿Se  podría  saber  quién  lo  tiene  se­
                      -Te espero en el descampado de la in­                  cuestrado? -pregunté.
               dustria Bayer, en diez minutos.                                      El gordo quedó anulado con la pregun­
                       Se apartó con rapidez,  como si ambos                 ta, no la esperaba o su comprensión era lenta.
               fuéramos  espías  y  nos  vigilaran,  y  se  perdió                  -Nosotros -se atrevió a responder des­
               por el final de Irasu.                                        pués de un rato de dudas.
                       Pregunté en un  kiosco  de  revistas por                     Entonces llegó en su auxilio la niña de
               el  descampado.  Como  estaba  cerca,  caminé                 la plaza.



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