Page 158 - Quique Hache Detective
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-No puedo creerlo -dijo el vigilante-,                    hacia la tribuna oficial y vi a la señora Gallar­
              el partido está que comienza.                                    do conversando con sus guardaespaldas,  dis­
                     Me adelanté y le dije:                                    cutiendo y  haciendo  llamadas  por  celulares.
                     -No queremos que nadie reconozca a                        En  la cancha los equipos se distribuían para
              Cacho hasta que esté en medio de la cancha.                      comenzar  el  partido.  El  entrenador  Gavilán
                     El vigilante se perdió adentro y regresó                  recibió con la boca abierta al arquero. Los ju­
              unos  minutos  después  con  el  hombre  que                     gadores de Ferro rodearon a Cacho sin creer­
              vendía  café  cargando  una  enorme  cafetera,                   lo.  Por los  parlantes  del  estadio se  ratificó a
              una gorra y un  delantal.  Cuando  el cafetero                   Cacho Ramírez en el arco.  Una gran ovación
             vio al arquero dijo:                                              lo  recibió.  Estaba  en  el  lugar  que  le  corres­
                     -No puedo creerlo y yo que aposté que                     pondía, bajo los tres palos, con su cuerpo del­
              no aparecerías.                                                  gado,  sus  brazos  largos  de  orangután  y  esa
                     Disfrazaron a Cacho con el delantal, la                   mirada triste en la cara que traía de nacimien­
              gorra y  la  cafetera.  Nosotros  nos  dividimos.                to.  Sabía que era su último partido con Ferro
              Charo vigilaría la tribuna de las autoridades.                   y eso lo hacía estar triste y alegre a la vez.
              León,  la  entrada.  Gertrudis  buscaría  al  sar­
              gento Suazo, y yo acompañaría a Cacho has­
             ta la cancha.
                     Con  el  termo  por  delante,  al  arquero
              no se le  notaban los pantalones cortos ni los
              botines de fútbol.  Lo seguí a corta distancia.
             Decidimos bajar las graderías voceando el ca­
             fé, que por el calor nadie compraba a esa ho­
              ra.  Saltamos  la  reja  que  nos  separaba  de  la
              cancha y  Cacho  corrió  despojándose del dis­
              fraz.  El público lo reconoció enseguida y co­
              menzó  a  entonar  fuerte y  claro  el  canto  del
              equipo:  «Dale Ferro, pero dale Quilín». Miré


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