Page 124 - Quique Hache Detective
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Sábado








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                                                                                     Eran cerca de las cuatro de la madru­
                                                                              gada cuando huimos en ese camión de enco­
                                                                              miendas  de  Intermar.  Me  sentía  feliz  y
                                                                              aliviado por haber escapado.  Charo y yo nos
                                                                              reíamos  con  ganas  a pesar de que  seguíamos
                                                                              amarrados  en  el  interior  de la carrocería.  La
                                                                              felicidad se  me amargó un poco cuando me
                                                                              acordé de la  Gertru,  probablemente desespe­
                                                                              rada a esa hora,  esperándome en la casa,  llo­
                                                                              rando  en  el  hombro  del  sargento  Suazo,
                                                                              sintiéndose culpable de que yo no estuviera en
                                                                              Correón con los primos ... etcétera y etcétera.
                                                                                     León  detuvo  el  camión  y  gritó  hacia
                                                                              atrás  que  enseguida  nos  liberaría.  Abrió  la
                                                                             puerta metálica y del otro lado encontramos
                                                                             un pedazo de luz que caía debajo de un poste
                                                                              en la calle. Nos desató. Se reía con su cara re­
                                                                              donda y  rosada.  Nos  contó  cómo  llegó  a  la
                                                                              bodega después de mi llamada telefónica por
                                                                             la tarde. De cómo subió el cerco y vio cuando
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